Martín Prieto
Aleksandr Kerenski
Indro Montanelli escribió un retrato psicológico de Aleksandr Kerenski en la ancianidad de su postrer exilio en Nueva York. Estaba casi ciego, luciendo unas gafas de culo de botella, y seguía sin entender su falta de visión política durante las revoluciones de febrero y octubre de 1917, y su papel como primer ministro del último Gobierno Provisional ruso. Tras el derrocamiento de Nicolás II, este socialista no calibró la amenaza del soviet de Petrogrado ni las intenciones maximalistas de Lenin, al que subestimó, acabando huyendo vergonzosamente del Palacio de Invierno disfrazado de marinero con el tachón de haber sido el lacayo de librea que abrió las puertas al comunismo.
Pedro Sánchez, cuyas últimas intenciones desconocen hasta sus afines, se acaba de desbloquear a sí mismo remitiendo a la militancia socialista sus ignotos acuerdos con las mareas, compromisos, andamios y tinglados de Podemos. Eso es una pamema, un trampantojo, porque el PSOE, afortunadamente, es mucho más que la suma de los que pagan la cuota. Es el Partido Popular quien tiene cientos de miles de afiliados más, y la votación de las bases no basta para levantar una tarima. Además, el Comité Federal socialista se reserva vetar cualquier votación interna. Políticamente, nada entre dos platos, nada que ayude a despejar la crisis política en la que estamos instalados. Lo de delimitar las «líneas rojas» es una cursilada como la canción del verano, y de lo que en última instancia se trata es de si Sánchez aspira a presidir un Frente Popular grecolusitano enfrentado a la mayoría conservadora del PP-Ciudadanos y sentando a Pablo Iglesias y su santa compaña a la mesa del Consejo de Ministros. Su caballo de batalla consiste en convertir a Mariano Rajoy en el Fu-man-chú de todas las Españas en una reedición tardía del «Maura no», inicio histórico de tantas tristezas, y para consumo de quienes han sustituido los libros por el último telediario. Sólo por haberse negado siquiera a contemplar nuestro rescate, cuando distinguidos socialistas lo pedían, a Rajoy se le pueden excusar sus yerros. Centralizar la crisis en el presidente y en el PP supone una lectura infantiloide de las elecciones y un reduccionismo de alpargata de esparto. Quien, como Kerenski, no se enfrenta a sus responsabilidades, no es Rajoy, sino Sánchez y su manifiestamente mejorable equipo de comunicación. No es recomendable contarle las rayas al tigre, y dese 1917 la socialdemocracia se ha ocupado de administrar correctamente los excesos del capitalismo, procurando que los comunistas no tomen el cielo por asalto. Kerenski.
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