Sevilla

Alonso de Cartagena

Nacido en una de las más destacadas familias hispano-hebreas, los Ha-Levi de Burgos, su padre, Selomó ha-Levi (1353-1435), era rabino de la aljama burgalesa y una de las figuras más sobresalientes del judaísmo español. El historiador Luciano Serrano, en su obra «Los conversos don Pablo de Santa María y don Alfonso de Cartagena, obispos de Burgos, gobernantes, diplomáticos y escritores», pone de relieve la memorable conversión de don Pablo en 1390, que es, además, determinante de la de su hijo Alonso, cuando, a consecuencia de la guerra fratricida que enfrentó a los hijos bastardos de Alfonso XI con el legítimo Rey de Castilla, ha ocurrido la tragedia de Montiel (1369) en que muere el rey don Pedro y la instauración de la dinastía Trastámara, se extiende el antisemitismo. La conversión del rabino ocurre justo el último año del reinado de Juan I (1379-1390), quien había reorganizado la monarquía. En ese ambiente se produce la conversión de los Santa María y su integración en la sociedad cristiana: la local, de la oligarquía burgalesa, la castellana, con el pleno acceso a la minoría intelectual cortesana, y, en fin, en la internacional, en la doble dimensión eclesiástica como obispo de Burgos y hombre de Estado, en el origen del Estado moderno.

Alfonso García de Santa María, más conocido como Alonso de Cartagena, tuvo que vivir el profundo drama de un hogar dividido como consecuencia de la conversión del cabeza de familia y todos sus hijos, mientras que la madre no quiso dejar la fe de su familia. Alonso llevó a cabo su educación primaria en Burgos con los dominicos y siguió los pasos de su hermano mayor Gonzalo, estudiando en la Universidad de Salamanca, donde cursa la licenciatura de Derecho Civil, concluido en 1410. Como ampliación de conocimientos y formación hizo los cursos de Derecho Canónico y asiste a la cátedra de Filosofía Moral, simultaneando la carrera universitaria con la eclesiástica, que concluye en 1417, en la que obtiene sus primeros actos de incorporación generacional a la vida con un beneficio en Sevilla, prebendas en Cartagena y Segovia, deán de Compostela y Segovia (1415-1418), en 1417 hasta 1427. Colector Pontificio, encargado de la estadística de todas las diócesis de Castilla.

La carrera eclesiástica la simultanea con la civil política, pues entre 1410 y 1415 accedió a la Audiencia como oidor, bajo la protección de Fernando de Antequera y los infantes de Aragón y en 1421 ingresa en el Consejo Real, con lo que participa activamente en la vida política castellana, desde la cual ejerce su doble condición religiosa y como consejero de la Audiencia Real, en la agitada vida política. Participa como miembro de la embajada de la Corona de Castilla del rey Juan II (1406-1454) en el Concilio de Basilea. Durante su estancia en Basilea, el Papa Eugenio IV dispensa «motu proprio» para que Alonso sucediese a su padre en la mitra burgalesa, pues éste fue promovido a la dignidad de arzobispo de Filipo en Macedonia.

Abrió una escuela a la que asistieron entre otros Alonso de Palencia y Rodríguez de Almela. Tradujo a Séneca, a Cicerón y comentó la «Ética» de Aristóteles. Obras propias son: «Genealogía de los Reyes de España», «Defensorium fidei», un considerable alegato en favor de los conversos; la brillante exposición del Salmo «Judica me, Deus»; «Oracional de Fernán Núñez» (1478), «Doctrinal de caballeros» y un «Memorial de virtudes». Su nombre se encuentra en toda empresa cultural del reinado de Juan II. Su última dimensión personal es la de intelectual y de una importante construcción de un pensamiento político sobre importantes fundamentos éticos, en torno a los cuales concibe un ámbito del saber relativo a la convivencia social, a cuyo estadio pertenecía la ciencia política que él entiende como terreno del saber que denomina «doctrina política», en la que puede apreciarse, aunque originado en la política de Aristóteles, una línea específica propia de Cartagena, a través de la cual llegó en la siguiente generación al pensador en política Rodrigo Sánchez de Arévalo en su obra «Suma de la política».

El obispo de Burgos, en sus escritos y discursos «Duodenarium» y «Memoriales», insiste de modo fundamental en la formación de los políticos en los estudios humanísticos, pues el saber es completamente ineludible de la prudencia que, con la justicia, son las virtudes más altas de ellos. Entiende que el lugar central de la política debe ocuparlo el rey en cuanto es fundamento del poder y entiende que las virtudes regias imprescindibles son justicia y fortaleza de ánimo; mientras que las que se les suele asignar –liberalidad y magnificencia– son muy prescindibles porque son secundarias para la idea del bien común, que es el que puede solventar el conflicto entre la voluntad del príncipe y las normas legales mantenidas por la tradición.