Ángela Vallvey

Ambientes

La Razón
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Para muchas personas, el trabajo no es solo una manera de ganarse el pan, sino la única forma de dar sentido a sus vidas. François de Salignac de la Mothe-Fénelon aseguraba que no hay cosa imposible para quien sabe trabajar y esperar. Paciencia y trabajo son dos cualidades que pueden rentar mucho a cualquiera. El trabajador perseverante posee una fortuna gracias a su carácter: él es su propia riqueza. Sobre ciertas regiones de España, la leyenda urbana y el tópico ancestral aseguran que a los oriundos «no les gusta demasiado trabajar». Aunque, curiosamente, los mismos trabajadores que tienen fama de poco diligentes aquí, cuando salen al extranjero como emigrantes son catalogados de escrupulosos, cumplidores, esforzados... El mismo trabajador que pasa por vago en España puede ser un hacendoso ejemplar una vez expatriado. ¿Cómo es posible? ¿Se puede ser perezoso y diligente a la vez...? La respuesta es: sí. Se puede ser apático en España y afanoso en Alemania porque todos respondemos a los estímulos del ambiente donde nos desenvolvemos. En España, a muchos quizás no les compensa trabajar. Por lo general no se premia el trabajo. Se penaliza al trabajador de diversas maneras (presión laboral, pésimas condiciones de destajo, poca o nula valoración de la tarea realizada, impuestos y gravámenes infundados, mal ambiente laboral...). A estas alturas de la historia, nadie quiere «trabajar como una mula» a cambio de nada. Si no se obtiene una recompensa económica proporcional, o un reconocimiento equivalente, ¿vale la pena poner demasiado esmero en el trabajo...? Esos trabajadores que aquí no se sienten incitados a dar de sí todo lo que podrían, cuando salen al extranjero –con suerte, porque todo el resto del mundo tampoco es una bicoca– a veces se convierten en ejemplos de laboriosidad. En algunas compañías americanas se empieza a poner de moda animar a los trabajadores creando ambientes que poco tienen que ver con las tradicionales oficinas de antaño, que se asemejan más a guarderías para niños grandes, caprichosos y «nerds». Aunque es posible que no falte mucho para que la asistencia presencial al trabajo sea superflua en buena parte de los sectores productivos de cualquier economía desarrollada, y hasta eso sobrará entonces. Lo cierto es que taylorismo, estajanovismo, etc. son métodos que ya no tienen cabida en la economía de la última revolución tecnológica que estamos viviendo, pero el factor humano sigue siendo crucial en el trabajo. Y lo será siempre.