César Vidal
Amor romántico
Una de las desgracias mayores de la actualidad es la existencia de palabras silenciadoras. Como si fueran un poderoso conjuro escupido por un brujo especialmente maligno, esos términos acallan a cualquier que abra la boca. Una de ellas es «machismo». Basta que alguien lance el sortilegio y la gente se calla y baja las orejas temerosa de convertirse en apestados sociales. El machismo se ha convertido en la etiqueta utilizada para amordazar a todo aquel que se atreva a cuestionar los postulados de ese espantoso horror social, estético, político e incluso jurídico que es la ideología de género. No me voy a detener ahora en tan horrible mentecatez, pero sí en la manera en que, en su intención de someter mentes, corazones y lenguas, ha decidido embestir contra el amor romántico. Para arremeter contra él se han sumado esfuerzos que van de un manifiesto de las Juventudes Socialistas a conferencias pronunciadas en distintos centros públicos y pagadas, como no podía ser menos, por los exprimidos contribuyentes. Lo crean o no ustedes, ese amor es machista y fuente de incontables desgracias. Deténganse a reflexionar unos instantes en la denigración del amor romántico. Ese amor que ha permitido que la especie humana perdurara durante milenios, que ha servido de coherente base de las civilizaciones y que, por encima de todo, nos ha proporcionado indecibles dichas, incontables disfrutes, hermosas ilusiones, bellas vivencias y existencias dignas de tal nombre es machista. En otras palabras, al machismo debemos frutos como –y sin el menor ánimo de ser exhaustivos– las delicadas comedias de Shakespeare, los sonetos sublimes de Quevedo, las películas más conmovedoras de Hollywood, las pinturas más inmortales, las piezas musicales más subyugantes, las canciones más acariciadoras de Sinatra o Becaud, las esculturas más cercanas al aliento y a la piel humana. Y eso no es todo. Los besos que nos conmovieron, las miradas que nos provocaron escalofríos, los roces de los dedos que nos elevaron al cielo, las cartas que provocaron palpitaciones en nuestros corazones, los abrazos que deseamos eternos, los sueños centrados en la perpetuación inacabable de tanta dicha –sépanlo ustedes– eran y son manifestaciones repugnantes y odiosas del machismo más retrógrado. Lo dicen señoras con aspecto de nunca haber tenido cerca ese amor y señores de poco masculino aspecto. Quizá tengan razón, pero yo me quedo con el amor romántico por muy machista que sea.
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