Ely del Valle

Anécdota

La Razón
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Tras la crisis que dejó el mercado laboral temblando y los derechos de los trabajadores sensiblemente mermados, el papel de los sindicatos debería ser fundamental. Ellos son quienes tienen que luchar para que la recuperación económica, visible ya en no pocas cuentas de resultados, también se vea reflejada en nóminas y calidad del empleo. El problema es que los constantes errores cometidos en la ultima década han socavado su credibilidad de tal manera que a estas alturas son muy pocos los que confían, ya no sólo en su capacidad de negociación sino en sus fundamentos, objetivos y bondades.

Durante los años de penuria descuidaron a los trabajadores más necesitados trasladando una imagen de «ande yo caliente» que provocó el desapego de una sociedad harta de interesados, y hoy salen a la calle a clamar contra las reformas laborales que ellos mismos no tuvieron ningún empacho en aplicar; ven con simpatía los movimientos para intentar colocar por las bravas un presidente de izquierdas cuando todos los partidos de izquierdas, sin excepción, llevan unas estupendas subidas de impuestos en sus programas; critican los escándalos de corrupción cuando ellos tampoco son precisamente ajenos a los desmanes que se han cometido al amparo de un poder mal entendido, y de paso, le hacen ojitos a Podemos que es quien les ha arrebatado el dominio de la calle.

En los últimos años las cosas han cambiado. Lo han hecho en política, en el sector bancario y en la sociedad que es mucho menos proclive a que le den gato por liebre. La reforma sindical no termina de llegar y no se le espera. Por eso las manifestaciones de antaño se han quedado reducidas a una anécdota con la que por nostalgia se siguen abriendo los informativos del 1 de mayo.