M. Hernández Sánchez-Barba
Ángel Martínez Sarrión
Quiero traer aquí el recuerdo imborrable de los años de formación intelectual en la Universidad Literaria de Valencia de dos jóvenes que fueron más que compañeros, amigos fraternales que terminaron el «cursus honorum» de su vida universitaria con sus licenciaturas: Martínez Sarrión, en Filosofía y Letras y Derecho, y quien firma esta «Tribuna», en la especialidad de Historia de América, única –la deseada por él de Historia– bajo la orientación del catedrático Manuel Ballesteros- Gaibrois, que posteriormente ocupa en la Universidad Central de Madrid, en el año 1950, la primera cátedra de Historia de América Prehispánica.
El recuerdo como compañero, amigo fraterno, de Ángel Martínez Sarrión es, como digo, imborrable. Cursó con absoluta comodidad y las más altas notas las dos carreras de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de la calle de La Nave, esquina a la de Comedias, donde pasábamos prácticamente el día entre clases, seminarios, reuniones científicas y bibliotecas; la vocación de Martínez Sarrión era el Derecho en el amplio campo profesional que esta Facultad ofrece a estudiosos y profesionales con toda evidencia, aunque él transpiraba por todos sus poros notarías. Pero sus dos carreras y los respectivos mundos intelectuales de investigación, que cada una de ellas lleva en su propia concepción, la exigencia del éxito, que los hombres de nuestra generación deben confrontar en su biografía como una pertenencia a su generación histórica, no caracterizada por la fecha de nacimiento -que ésa es la generación biológica-, sino por el momento en que cada cual se incorpora a la historia. Esto lo ha visto muy claro Martínez Sarrión en su genial libro, publicado por la Fundación Matritense del Notariado, «Cuando el hombre comienza a ser historia». Cuando su enorme formación jurídica, una no menor en literatura española y universal, a través de su insaciable ansia de saber, le permitieron alcanzar con éxito tres oposiciones a notarías que le llevaron a Esterri d’Àneu, en el Valle de Arán; en 1958, a Torrelavega, lo que le condujo al ejercicio de la abogacía en el Colegio de Santander, hasta ganar en durísima oposición la de Barcelona, en 1962, donde permaneció y aprovechó para doctorarse en Derecho en la Universidad Central de Barcelona y una actividad jurídica, con proyección al entrañable mundo hispánico americano.
Compañero, amigo cordial, entrañable y fraternal, Martínez Sarrión. Fuimos una referencia en compartir ideales de estudio, manteniendo la amistad después de nuestra incorporación a la historia en ese trecho de estar cada uno en lo suyo, incorporados plenamente al quehacer sagrado de aportar a España lo mejor de lo nuestro, con la máxima posibilidad de nuestra inteligencia, dando, como decía García Morente, el esfuerzo creador, en la medida de nuestra energía y bajo el propósito de no decaer en dar nuestra colaboración intelectual, dentro de la tradición humanista, bien histórica en mi caso, bien jurídico-notarial en el suyo, manteniendo siempre una unidad de afecto, reconocimiento de las ideas del otro y la afinidad de principios y valores cristianos en nuestras vidas privadas familiares y en nuestras actividades profesionales; él en las notarías y el gran mundo jurídico y yo en la Universidad, sin perder un ápice y sin olvidar nunca las mutuas demostraciones de amistad verdadera, de alto porcentaje y talante español en el absoluto desinterés, comprensión y espíritu de formación y colaboración en las aulas universitarias, en los campos de deporte y, en particular, en los exámenes, donde mejor puede comprenderse la idea de totalidad de una sucesión. Es, formalmente, un ente de razón que, sin embargo, supone una realidad en la que las partes sucesivas se encuentran presentes en el entendimiento.
Ángel nació en Albacete en 1924; quien esto escribe, en Santa Cruz de Tenerife en 1925. Coincidimos en la Universidad Literaria; hicimos nuestra primera oposición en el Examen de Estado de año 1943; él en la Universidad de Murcia; yo, en la Literaria de Valencia. Participamos juntos en los estudios universitarios, cumplimos todos los festejos universitarios en los que organizábamos internamente, como un partido de balompié, en el campo de Mestalla entre profesores y alumnos, arbitrado por el decano de la Facultad de Filosofía y Letras; hicimos en la misma unidad de infantería mixta el servicio de la Milicia Universitaria, como alféreces de Complemento y entramos juntos, aunque por caminos distintos, en la Historia, cumpliendo el valor supremo de la ley divina.
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