Cristina López Schlichting
Aparatos sexuales
Me preguntaba un amigo muy culto por qué no ligaba nunca, a pesar de su interesante erudición. Tuve que explicarle que, en eso de ligar, influyen también la halitosis, los dientes de conejo (es tan agarrado que se niega a ir al dentista) y la cazadora de escay con la que se me adorna cada vez que vamos al Retiro. Es difícil ser realista con uno mismo. A menudo nos creemos más simpáticos, inteligentes o guapos de lo que somos. Nada entonces como una persona afectuosa para bajarnos los humos. En uno de mis trabajos teníamos harta dificultad para relacionarnos con un compañero que olía francamente mal. Al final, fue el más noble entre nosotros (me temo que no fui yo) quien le regaló un pequeño neceser con desodorante, gel, jabón y dentífrico. Parece que surtió efecto.
En el sexo también conviene ser modestos. Uno hace lo que puede y ya está. Nadie debe sentirse llamado a proezas para las que no ha nacido. ¿Hay algo más liberador que sentirse querido y abrazado en casa, a pesar de las patas de gallo, la barriga o el pecho a nivel de la cintura?
Pues señor, ha ocurrido en Gran Bretaña que el cuerpo de bomberos ha tenido que elaborar una campaña informativa advirtiendo a las gentes del peligro de imitar las fantasías sexuales de la película (y mala novela) «Cincuenta sombras de Grey». Al parecer, los servicios de urgencia no dan abasto. Gente que se ensarta o introduce artilugios y luego no puede sacarlos o sesiones de sadomasoquismo con consecuencias trágicas traen de cabeza a los bomberos, que han visto multiplicarse las llamadas de parejas que han usado grilletes o esposas y no pueden liberarse de ellas, entre otras cosas porque han perdido las llaves.
Hasta nueve hombres con anillos en el pene han tenido que ser auxiliados mediante cizallas, uno de ellos tras tres días con la argolla. No quiero imaginarme el estado del aparato (genital, no la argolla).
Recuerdo un espacio de educación sexual que hacíamos en Cope, en «La Tarde», y en el que me asesoraban tres doctoras. Cuánto realismo aprendimos. Por ejemplo, en aquel caso en que un hombre de mediana edad llamó para informarse sobre la disfunción eréctil. El señor explicó que «con mi mujer no tengo problemas, lo malo es cuando salgo de juerga...». Confieso haber estado a punto de colgarle el teléfono, al muy adúltero. Una de las médicos le preguntó si tenía algo de barriga o le faltaba el pelo. Confesó ambos extremos. «Usted –concluyó la profesional con sentido común– no tiene problema técnico alguno. Sencillamente, en casa se siente aceptado por su mujer y sus limitaciones no lo avergüenzan. Cuando va con otras, sin embargo, desearía ser un supermán... y no lo es. Caballero –terminó mi asesora– usted no tiene una disfunción genital... lo que tiene es un problema con su corazón».
Los británicos son gente sensata. Harían bien en dejar las fantasías donde deben estar.
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