Martín Prieto
Artur Mas entre Cataluña y Texas
A sus cumplidos 44 años, el economista Arturo Mas se quitó la «o» del nombre para catalanizarse en Artur. E hizo bien porque cada uno se llama como quiere, y en 1.956 una legislación casposa obligaba a inscribir a los nacidos en español. En Iberoamérica son más liberales y pululan los Wilson, los Abraham, Polonios o Darwin. Llegado al colmo, en Montevideo conocí a una señora llamada El Orgasmo de los Dioses, quien tímidamente atendía por «Orga». En Argentina son obligatorios dos nombres porque sólo se usa el apellido paterno, y al nacionalizarse mi médica, Cristina Elisabeth Scaglione, nuestro democrático Registro Civil la obligó a llamarse Isabel. No hemos cambiado mucho y resulta zafio pretender molestar a Mas nominándole como el Arturo que fue y ya no es.
Marius Carol, director de «La Vanguardia», recibió del president una confesión: «No pienso violar la Ley ni hacer el ridículo». Lo primero parece cumplirlo si descontamos que las instituciones que preside por delegación del Estado español no cumplen las sentencias y alardean de hacerlo. Y si está pensando en el lendakari Ibarretxe se equivoca porque no hizo ningún papelón llevando su plan al Congreso, donde fue tratado con respeto y deferencia aunque se rechazara su propuesta. Cuando las Cortes votan en contra no están dando ninguna bofetada ni menoscaban a nadie. No fue afortunada la decisión de Mas de no asistir al Pleno «catalán» de esta semana porque hubiera resultado más brillante y convincente que los tres mosqueteros que representaban al Parlament. El resultado habría sido el mismo pero, al menos, Artur Mas podría habernos tocado el corazón o la inteligencia más que sus recaderos. En política nada comienza ayer y Mas es hijo de Jordi Pujol, que ayudó a la gobernabilidad de España pero haciéndoselo remunerar y sin perder su confesa admiración por Ben Gurion y el nacimiento del Estado de Israel, de la espantosa gestión del Tripartito, de la correría del ínclito Carod Rovira a Perpignan para firmar una paz unilateral con ETA y del pacto del Tinell (la vasería de la Generalitat) para introducir al PP en un lazareto de leprosos, bajo los auspicios de Rodríguez Zapatero. La noche en que ZP citó a Mas en La Moncloa fue de aquelarre. Fumaron hasta tener que pedir al servicio que fuera retirando ceniceros, y el presidente le vendió al President un nuevo Estatuto que la sociedad catalana ni necesitaba ni reclamaba. Sólo cabe suponer que Zapatero quería dar el primer paso hacia una confederación ibérica o federalismo asimétrico. El aprendiz de brujo, mientras negaba la crisis prometía asumir cualquier cosa que viniera del Parlamento catalán, como si él ostentara también el poder judicial. Luego los inevitables recortes del Tribunal Constitucional crearon el caldo de cerebro antiespañol que ahora se cocina en peroles industriales. Mas, como la catalanización de su nombre, es un independentista frío y tardío, abducido por el secesionismo radical de la Asamblea Nacional de Cataluña (ese organismo privado financiado con los impuestos de todos y que llama a la insurrección), que hoy probablemente no sabe cómo apearse de un tren en marcha con cuya velocidad no está de acuerdo. Sin hacer el ridículo, que tanto le preocupa. En Mas hay una zona de sombra: un burgués con formación económica, hombre de empresa, aparentemente frío, ¿qué hace matrimoniado con Oriol Jonqueras y ERC por mucho que medie el Camelot de la independencia?. Jonqueras le está royendo los zancajos y destruyendo Convèrgencia i Unió a más de sembrar suspicacias en esta coalición. Probablemente Mas sabe que España no tiene 500 años sino que data de la romanización que civilizó a las bárbaras tribus íberas. Las interpretaciones de España sólo han dado taifas, cantones y guerras civiles atroces. Mas, aunque eyecte voluntaristamente el mentón, parece estar mentalmente en un contradiós.
Contra la reiterada afirmación de Rajoy de que ninguna constitución democrática recoge la secesión de sus partes, los peticionarios de una consulta independentista catalana arguyen una comparativa históricamente analfabeta. David Cameron no tiene Constitución escrita sino derecho consuetudinario y ha sido él quien ha puesto fecha al referéndum escocés, y redactado la pregunta, a más de que sabe que por razones económicas rechazara la independencia hasta Sean Connery, el «James Bond» o «007», por lo demás gran actor. Escoceses y catalanes tienen ganada fama de no jugar con los dineros. Ello sin contar que en la última encuesta el 36% de ingleses y galeses desean que Escocia se marche cuanto antes. Aludir a Croacia, Serbia, Kosovo o Timor Oriental es mentar innecesarios baños de sangre que han avergonzado a la humanidad. La estructura política de Canadá no es trasladable a España a menos que recordemos las guerras francoinglesas con tropas irregulares aborígenes, «El último mohicano» y demás literaturas que han abocado al quebequismo a su práctica extinción, consulta tras consulta. A Carme Chacón, que estudió el conflicto, se le habrán quedado viejos sus apuntes. Quienes han enseñado a sus hijos que España le hizo la guerra a Cataluña en 1.714 y 1.936 también pueden desmayarse en el ejemplo texano, al que nunca aluden. Texas fue una república independiente con su propia Constitución durante 9 años. Se unió a la federación, tomó parte, como estado esclavista, por la Confederación y tras la rendición del general Lee regresaron a la Unión. Segunda población de EE.UU. y primera economía tras el fiasco de California. Una balsa de petróleo, tecnología de punta y biomedicina. Cada pocos años reclaman a Washington la recuperación de su perdida independencia, y argumentan –¡oh casualidad!– que Estados Unidos les roba. Periódicamente el Tribunal Supremo les recuerda que la secesión no es constitucional y que sobre este asunto no tienen derecho a decidir. El icono de Texas-libre, el Artur Mas texano, es el karateca Chuck Norris, famoso por dar patadas por las televisiones del mundo en nombre de los Texas Ranger. De lo sublime a lo ridículo sólo media un paso. En la carrera hacia la independencia unilateral los texanos van por delante del más aguerrido separatista catalán.
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