M. Hernández Sánchez-Barba

Audiencia de charcas

Desde el mismo momento de la caída del monolítico Imperio Inka del Perú, muchas interpretaciones han sido hechas para intentar explicar dicho acontecimiento histórico, usando para ello gran número de argumentos teóricos sin tener en cuenta cuáles pudieran ser los auténticos factores explicativos de la desbandada del ejército del Inka después de Cajamarca y por qué actuó Atauwallpa del modo sorprendente como lo hizo. Se alude, repetidamente, a la situación interna de guerra civil del Inkario cuando Pizarro llegó hasta la isla de Puná y se vio envuelto en una densa atmósfera de traiciones e infidelidades que no fueron claramente captadas, pues Atauwallpa dudó entre la colaboración y el enfrentamiento con los hombres que llegaron allí. Tampoco Pizarro era conocedor de noticias e informaciones que le permitiesen definir con exactitud con quién se enfrentaba. Por ambas partes existía un vacío de información acerca de cuál pudiese ser la mejor arquitectura para una posible relación amistosa.

Estratégicamente, la potencia militar que respaldaba a Atauwallpa, concluida una guerra por el poder e investido en su condición de descendiente mortal del Sol, no apreció la enorme importancia que, para los recién llegados a la costa norte, tenía disponer de una base naval y, en consecuencia, una posible recepción de respaldo y ayuda del exterior, pues los señores de los Andes, más pronto o más tarde, se imponían sobre la costa y las culturas de los valles. Una debilidad que reiterada y crecientemente se pone de manifiesto en las más recientes investigaciones, es el concepto piramidal del Inkario y, por el contrario, la debilidad de las relaciones y lazos de índole horizontal en los vínculos con los sectores locales, regionales e interregionales. Después del desfondamiento de Cajamarca (1532) comenzó un dificultoso esfuerzo indígena para intentar recuperarse. Manku Inka practicó una política poco definida, desde la colaboración con Pizarro, aceptando el «llantu», que representa la suprema magistratura, y fomentando la rebelión del Cusco, intento comunitario de recuperación de la soberanía. Tras el fracaso, los caciques y líderes quechuas adoptaron una posición de resistencia pasiva, evitando el enfrentamiento con los españoles, que tampoco pudieron percatarse del extremo peligro de esta situación porque durante diecisiete años se vieron envueltos en serias dificultades internas, en especial el impacto supuesto por las derivadas del profundo, largo y nunca resuelto pleito entre los dos socios iniciales de la conquista del Perú, Francisco Pizarro y Diego de Almagro. No concluyó con la muerte de ambos, prolongándose entre «pizarristas» y «almagristas» en las guerras civiles del Perú, entre los oficiales reales enviados por el Consejo de Indias, e incluso las disidencias por la demarcación de límites y el mantenimiento de un carácter permanentemente conflictivo.

La integración no tendría posibilidad de normalidad hasta que en el reinado de Felipe II (1556-1598), tras la reunión de una Junta «ad hoc», se preparó la serie de «Informaciones» abiertas para el Virreinato por Francisco de Toledo, que giraron sobre cuatro vías de experiencia histórica: los tardíos cronistas de la conquista (Diego Trujillo y Pedro Pizarro); los últimos relatos de las guerras civiles; los historiadores de interés indígena; y los eclesiásticos regulares, cuyas obras principales, excepto la de fray Reginaldo de Lizárraga, se publicaron en el siglo XVII. En la década 1560-1570, final del virreinato de Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, y comienzo del gobierno de Francisco de Toledo, se produjo en Perú una importante situación de cambio que se manifiesta en la aparición de una serie de informes, memoriales, relaciones, tratados e informaciones, que pone en entredicho al gobierno, al sistema eclesiástico, la economía, las relaciones con la población indígena y prácticamente a todo el conjunto virreinal. Una profunda toma de conciencia y una organización del territorio del Virreinato peruano.

Una de las figuras más decisivas del momento fue el jurista Juan de Matienzo, oidor de Charcas y autor del libro «Gobierno del Perú» (1567), cuya edición y estudio preliminar se debe al historiador peruano Guillermo Lohmann Villena. El jesuita Josep M. Barnadas, autor de «Charcas. 1535-1565» (1973), señala a Matienzo como el estratega de Charcas, territorio dotado de un impulso dinámico por su posición y porque cuenta como motor de su importancia haber sido asiento minero de Potosí, para lo cual se constituyó en La Plata como Audiencia de Charcas en el año 1558, comenzando su actuación en 1561, período institucional de «consolidación», época jurídicamente creadora y decisiva como ha señalado el catedrático de Historia del Derecho José Manuel Pérez-Prendes en su obra «La Monarquía Indiana y el Estado de Derecho» (1989), en la que plantea la construcción de la base más firme para la estructura del núcleo político y económico de los dos grandes virreinatos españoles, respectivas sedes indígenas de altas culturas, creadoras de los dos únicos Estados de administración compleja en Mesoamérica y los Andes.