Julián Redondo
Bartomeu, acorralado
En el minuto 118, Di María marcó. Seguiría en el Madrid sin rechistar si le dieran más dinero. En el 120, Dzemaili remató al poste. Suiza, a sus verdes prados. Argentina, clasificada. Messi, en el origen de la jugada triunfal ya en la agonía de la prórroga, avanza. En el Barcelona celebran los éxitos de Leo, como los de Neymar; aunque a Josep Maria Bartomeu le hubiese gustado más el triunfo de España en el Mundial. Se atrevió a decirlo y le criticaron por ello. En Suráfrica, Sandro Rosell no ocultó sus predilecciones: Brasil. Tampoco Laporta esconde las suyas, cualquiera menos España. Bartomeu es diferente y en su ánimo está cambiar el paso del Barça, alejarlo del oráculo político y centrarlo en la magnificencia deportiva, la identidad que le universaliza. Pero le va a costar porque está acorralado. Sus jugadores portaban brazaletes negros cuando falleció Adolfo Suárez y los de siempre no se lo perdonaron. Nombró director de relaciones institucionales a Albert Soler, quien siendo secretario de Estado para el Deporte dijo no a las selecciones catalanas, y le crujieron. En la página web del club felicitó al Rey Felipe VI por su coronación, y le vituperaron. A Bartomeu, que apoya el reparto centralizado de los derechos televisivos del fútbol español, la Generalitat, CIU, ERC, Guardiola y los independentistas no le perdonan su apertura de miras y le ven como a un enemigo. Le señalan por no enrocarse y le pasan factura. Le llaman para que cambie de rumbo, le amonestan por no seguir las instrucciones y le hacen el vacío. La penúltima: la liga de baloncesto en juego, Barça-Madrid en el Palau. En el palco, ningún representante de la Generalitat, con lo que son los políticos cuando huelen una foto apetitosa. Estaba advertido. Él persiste en su empeño de dirigir un club deportivo. ¿Le dejarán?
✕
Accede a tu cuenta para comentar