Ángela Vallvey
Buen vino
De la mano de AMAVI (Asociación de mujeres amantes de las culturas del vino), he visitado las Bodegas Portia, que se encuentran, como sus propietarios señalan, «a medio camino entre Bilbao y Madrid» (o viceversa). A pesar de que su historia es todavía corta, estas bodegas se han convertido ya en un monumento al arte del vino. Ideadas por el estudio Foster & Partners, forman un conjunto multifuncional donde la belleza de su arquitectura, junto a las permanentes exposiciones de pintura que se entreveran con las barricas, en un efecto teatral que emociona y sobrecoge, se combinan a su vez con las artes inmemoriales de hacer buenos caldos de la Ribera del Duero. El lugar, además de su propia magia, aporta un atractivo aire de limpieza y confianza: todo el proceso del vino está a la vista, como en esas cocinas abiertas de los buenos restaurantes que, al no tener nada que ocultar, dejan que los clientes se asomen a placer a su mundo de sortilegios entre fogones.
Es tiempo de vendimia. En unos lugares está avanzada, y en otros aún se aprovechan los rayos más tibios del sol del otoño para que la uva se calme suavemente en la parra y macere su dulzor en la templanza que sigue a los rigores del verano.
Hacer vino es hacer cultura, los humanos lo saben desde el Neolítico, cuando decidieron asentarse y ver fermentar las uvas, cimentar un hogar, plantar sus raíces en la tierra y pensar que la vida merece la pena ser vivida. Debemos ser el único animal del planeta que bebe sin tener sed. El vino no sacia la sed del cuerpo, sino del alma. El vino ha sido tan importante a lo largo de la historia de la especie que ha llegado a tener su propio dios: Dionisos o Baco, probablemente la deidad más influyente y misteriosa de todas cuantas han sido; de él toma quizás el cristianismo la costumbre de beber en sus misas, incorporando el vino a la ceremonia sagrada.
Incluso en tiempos difíciles brindamos, a ser posible con un buen caldo compartido en buena compañía, porque el vino que se bebe con medida jamás fue causa de daño alguno, aseguraba Cervantes en «El celoso extremeño». A su vez, el libro Eclesiástico sentenciaba: «Vinum laetificat cor hominis», o sea, que el vino alegra el corazón del hombre. Hoy añadimos sin dudarlo: ¡y el de las mujeres, oiga!
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