Manuel Coma
Bush III tropieza con Irak
Bush III, el republicano mejor situado, hasta ahora, para las presidenciales del 16, ha dado un sorprendente traspiés, que ha sacudido su candidatura hasta los cimientos. «Sabiendo lo que ahora sabemos, ¿habría autorizado la invasión?», le preguntaron en Fox, la cadena de televisión afín. «Lo habría hecho», respondió. Siguiendo una pauta que no nos es extraña, toda la gran prensa izquierdista se ha lanzado con el lógico regodeo sobre un asunto, acerca del cual, en circunstancias inversas, hubieran echado tierra, mientras que hasta los republicanos más favorables no han ahorrado en absoluto sus críticas.
La explicación más verosímil de tal metedura de pata por parte de un político inteligente y avezado es la más increíble: entendió al revés la pregunta: «con lo que entonces se sabía». Apuntalando esa explicación está el hecho de que añadió: y «Hillary también», y «en eso no me diferencio de mi hermano». Hillary, como otros muchos eminentes demócratas, en sus inicios, apoyó sin reservas la guerra, hasta que se volvió radicalmente contra ella, y apostó sin ambages porque su país la perdiera. A nadie puede ocurrírsele que ahora la repetiría. George Bush dijo en sus memorias que se había basado en inteligencia que «resultó falsa». No falseada o falsificada, sino errónea. «Experimento una sensación insoportable cada vez que pienso en ello». Falta un año para la convención que designe al candidato y año y medio para noviembre del 16. Todo puede quedar en agua de borrajas. Sin embargo sería una ocasión excelente para rescatar la realidad del mito y desmontar algunas dañinas falacias que se han convertido en la sabiduría convencional, eficazmente protegida por la más férrea corrección política. Irak dejó una herida en la psique colectiva americana del calibre de la de Vietnam. Llevó a la presidencia a la izquierda demócrata y a su adalid, en un clima de mesianismo, que, como no podía ser menos, fue rudamente desmentido por los hechos. Dio paso, sobre todo, a un rosario interminable de ingenuos y graves errores en política exterior, cuyos costes se pagarán durante muchos años y que parecen a punto de culminar con la tolerancia de una forma de radicalismo islamista pertrechada de armas nucleares y en posesión de un gran patrimonio petrolero. El precio es que no está asegurado que Estados Unidos puedan recuperar el papel internacional que durante un siglo han tenido. Quien crea que eso es bueno, que San Pedro se lo bendiga.
Respecto a las Armas de Destrucción Masiva de Sadam después del 11-S, todos los servicios de inteligencia activos en Irak estaban convencidos de que las buscaba con asiduidad y en ciertas cantidades las poseía. La gran incógnita es lo que sabían los servicios iraníes. Lo seguro es que cuando el dictador iraquí expulsa a los inspectores de Naciones Unidas a finales del 98, conservaba todavía arsenales significativos. Nunca se ha podido saber qué sucedió con ellos y eso no es menos importante que no haberlos encontrado. En los años siguientes el país, arruinado y sometido a rigurosas sanciones, siguió trabajando en su investigación y desarrollo. Los científicos se negaban a hablar con los inspectores. A lo largo de la guerra se hallaron muchas veces restos e indicios que no se hicieron públicos para no echarle leña al fuego de las empecinadas acusaciones de falsedad y a la obsesiva idea de que el error no existía, sólo la intencionada mentira. Los minuciosos informes bipartidistas del Congreso dejaron taxativamente asentado que la inteligencia no había sido forzada ni menos falsificada desde el poder. Todo lo que los bushistas opinaban sobre la peligrosidad de Sadam lo habían dicho los clintonitas años antes del 11-S. A los que preguntan: ¿Dónde están las armas nucleares? Hay que contestarles a la gallega con ¿y el petróleo?
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