Julián Redondo
Caballo de Troya
El Barça avanza inquieto, intranquilo, y no porque el penalti de Cornellà le provoque mala conciencia o porque el vecino le dejara en evidencia en algunos pasajes de la batalla, que es lo que fue el partido. No se siente satisfecho porque su identidad futbolística ha perdido prestancia, contundencia, armonía y colorido. Porque sólo brilla de cuando en cuando, sin la regularidad de antaño; porque ni determinadas victorias ni señaladas goleadas disimulan carencias que arraigan con la costumbre de ganarlo todo. Es como si la rutina, prima hermana de la vulgaridad, hubiese entrado en ese selecto vestuario cuyo máximo exponente de la decadencia fuera Neymar, aquel resplandor de la Copa Confederaciones, estímulo de Brasil, adalid de la «canarinha» y hoy, mohicano vestido de azulgrana, uno más o uno menos, según el choque.
Guardiola, que es más listo que el hambre, huyó durante el apogeo porque veía venir el ocaso, y su herencia, la que ha recogido Martino, retocada por Vilanova y manoseada por Roura, despierta dudas.
El Tata hace lo que puede para que el castillo, cercado por renuncias anticipadas, dimisiones presidenciales, denuncias judiciales, reclamaciones tributarias y lesiones como las de Puyol y Valdés, no se derrumbe. Y mal haría si se engañara con el valor de la victoria balsámica en el Bernabéu. Si ha revisado la historia más reciente, habrá comprobado que sus jugadores ya no presionan arriba como antes ni corren como antes y fallan más pases que antes. Por todo ello, el derbi resultó más orientativo que el clásico y reveló aproximadamente la situación anímica, física y balompédica del grupo. Seguro que Simeone, que persigue la Liga de Campeones por encima de todas las cosas, ha extraído enseñanzas muy positivas.
El Atlético ha empatado los últimos tres encuentros que ha jugado contra los azulgrana y acude al Camp Nou fortalecido por el espíritu invicto de la «Champions» y una seriedad que sólo le abandonó en la Copa, para mayor gloria del eterno. Frente al indiscutible favoritismo barcelonista en estos atractivos cuartos de final continentales, los rojiblancos oponen también en este caso esa fe que con el Cholo mueve montañas y agita corazones.
Ni confortablemente instalado en el ático de la Liga, renuncia el técnico a sus principios básicos: «El Madrid y el Barcelona están un escalón por encima. Puede que uno pinche; los dos, imposible». Sin embargo, la realidad se atreve a contradecirle. Con la cantinela del «partido a partido» y sin moverse un milímetro del enroque, el Atlético no ha parado de crecer, mientras sus dos adversarios emiten señales contradictorias. Suben y bajan, viven entre la euforia y la desazón, pese a su tremendo potencial. Qué ocurrirá el día en que confluyan todos sus astros, cuando desde el portero Pinto o Diego López hasta el delantero centro cada quien rinda conforme al caché; cuando Bale, Cristiano y Benzema jueguen un partido redondo, o Messi, Neymar y Pedro o Cesc o el falso 9 y todo lo que unos y otros tienen detrás, que es un imperio.
Lo que distingue al Atlético de estos dos insospechados rivales, aparte de Diego Costa, máxima expresión del rendimiento y la fiabilidad, es que es un equipo solidario y total, atributos que le han convertido en líder de la Liga y de la resistencia.
Es el Atleti un caballo de Troya que, al contrario del que idearon los griegos, llegó avisando, con las intenciones al descubierto, en absoluto taimado. No ha necesitado recurrir a la argucia para mezclarse con quienes ahora le temen porque compite en su campeonato, tan irregular que en el caso del Barça no llena el estadio, como antes; tan discutido en el del Madrid que hay quien en el Bernabéu, templo sagrado, se atreve a levantar la mano a Cristiano. La seguridad del líder que iba a estar de paso, frente a las dudas de quienes no saben cómo arrebatarle el puesto.
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