Política

Francisco Marhuenda

Cae el independentismo

Cae el independentismo
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El tiempo juega en contra del independentismo. Otra cuestión distinta es que hay que actuar con inteligencia para favorecer ese retroceso en el apoyo popular que muestran las encuestas. Un error grave es centrar la cuestión sólo en el mercantilismo, porque la tesis nacionalista es que «a los catalanes no nos dan nada que no sea nuestro o que nos deban». Es entrar en su discurso, cuando lo más acertado es contraponer sentimientos frente a sentimientos. El Rey hizo una intervención excelente en su mensaje de Navidad. Es el camino adecuado para desmontar el victimismo nacionalista. Por supuesto, hay que seguir con las inversiones en Cataluña, así como en el resto de España, porque uno de los puntos fuertes de nuestra economía reside, precisamente, en las inversiones que se han realizado en infraestructuras. Hay que seguir en esta dirección. No olvidemos que Cataluña es uno de los motores de España.

El nacionalismo juega siempre en el terreno del victimismo y los sentimientos. Es un discurso tan cansino como perseverante, pero también es fácil de desmontar. El PP ha tenido históricamente una actitud errática que ha ido de la sumisión a CiU a la confrontación directa y visceral. Las líneas de actuación y los liderazgos se han sucedido a lo largo del tiempo sin que existiera una apuesta clara. En general, ha faltado un conocimiento profundo de la realidad catalana y se ha optado por la superficialidad. En ocasiones, se ha buscado figuras de la burguesía catalana como si estuviéramos en los tiempos de la Restauración y el caciquismo. Otras veces se ha llegado con la chequera hablando de inversiones, como si los sentimientos se pudieran comprar. Mientras tanto, CiU ha ejercido de eficaz gestoría de los intereses de los diferentes sectores empresariales y los grupos profesionales. Tras muchos años consiguieron que quedara claro que la ventanilla nacionalista era la más eficaz.

Pujol jugó siempre con habilidad el juego victimista mientras garantizaba la estabilidad en las Cortes. Su objetivo era construir un país, pero se equivocan los que piensan que no era independentista. Otra cuestión es que era posibilista y sabía que antes era necesario ir rompiendo poco a poco los vínculos con el resto de España y crear sobre todo una masa nacionalista que en un determinado momento permitiera dar el salto a la independencia. Las escuelas, las universidades, los medios de comunicación públicos, el entramado institucional y asociativo y una larga lista de líneas de actuación en sectores diversos han servido, precisamente, para llegar al 9 de noviembre de 2014.

Rajoy acertó manteniendo una línea de actuación que pasaba por no ceder ante los independentistas, pero sin penalizar a los catalanes con medidas de fuerza que no hubieran hecho otra cosa que aumentar el apoyo popular. Los que piden firmeza no conocen Cataluña.

El presidente del Gobierno debería ir más a Cataluña, mucho más, pero no para contar un relato mercantil, sino sobre todo aquello que nos une y seguirá uniendo para construir un proyecto común. No hay nada más letal para los intereses de Mas y sus socios independentistas que una España abierta, dinámica y moderna. La imagen de un Gobierno antipático es moneda común en los medios de comunicación controlados por la Generalitat. Es una imagen persistente en la que Rajoy es atacado y ridiculizado mientras muchos optan por la equidistancia. La sociedad catalana tiene que ver que es tan querida como cualquier otra del resto de España. Y sería bueno, además, que se acabara la imagen de que la gestoría convergente es la única que resuelve los intereses catalanes.