Martín Prieto
Cambalache constitucional
Las constituciones de los estados nacen con vocación longeva y no para satisfacer las necesidades de un par de generaciones. La Constitución estadounidense es la decana de las escritas, y se arguye maliciosamente que su vigencia obedece a las enmiendas que ha sufrido desde su promulgación. No es así: el texto original aprobado en Filadelfia sólo ha sido enmendado en 27 ocasiones, y las reformas no aprobadas se quedan en seis. No será un documento tan reverenciado como la Biblia, pero sí el referente civil y hasta moral de los estadounidenses. El listísimo Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón embromaba a sus compañeros constituyentes con un «eso no sale ni en la Constitución de Ruanda Burundi», desconociendo todos, y el propio Herrero, si el enclave africano tenía una ley de leyes. Lo que pretendía era evitar que la Constitución naciente cayera en nimiedades o sobreentendidos. En uno de sus primeros capítulos «La Pepa» de 1812 establecía que «...los españoles somos justos y benéficos», charada compatible con la función social de la propiedad, de ecos soviéticos y manipulación populista.
La Constitución del 78 no está en cambalache, ni para taller de chapa y pintura, y menos derogación. Pero la aquejan dos nefastas influencias: el miedo a tocarla y el temor a aplicarla. Por exigencias de los tratados europeos la hemos modificado en una coma y una preposición para que el cambio resultara invisible y no consultivo, y su artículo 155 y siguiente parecen no existir ya que nadie osa citarlos, y si un Estado centralista, autonómico o federal no puede o no quiere defender a sus ciudadanos de la sedición de una de sus partes su Constitución será un paripé prescindible. En estas vísperas electorales toda la clase política está obviando que la reforma de las leyes electorales, la confección y blindaje de las listas, el tamaño de las circunscripciones, los porcentajes de adjudicación de escaños, a escala regional y nacional, supondrían mayor profundización en una democracia de calidad que entrar carniceramente a cuchillo en la Constitución. Pero la izquierda parece interesada en que la próxima legislatura sea de infarto. Pedro Sánchez insiste con el mantra del federalismo, como si el autonomismo no gozara de mayor albedrío que un Lander alemán y como si Madrid ejerciera el centralismo de París. Podemos es constituyente de la tercera república, y con sabor venezolano. Una improbable alianza endiablada con argumentario de preguerra civil.