Alfonso Ussía
Cancioncillas, fuera
El crimen horrendo de un hombre, Miguel Ángel Blanco, congregó en Madrid a dos millones de personas. Fue una manifestación de dolor, de indignación, de rabia contra el terrorismo cobarde de la ETA. Y aquella reunión de ciudadanos justos abrió un camino de firmeza que al cabo del tiempo cegó la política. Cuando el Gobierno de Zapatero accedió a hablar públicamente con los asesinos, se congregaron en Madrid, en una tarde de calor tórrido, más de un millón y medio de personas. En silencio, llevando Banderas de España, e imágenes de los centenares de inocentes asesinados por la ETA. Ni en una ni en otra manifestación hubo cancioncillas ñoñas, bailecitos de tren y demás bobadas. Cuando se presentó para su aprobación la Ley Aído de la Interrupción del Embarazo, es decir, la vigente, otro millón y medio de personas –con Mariano Rajoy al frente de ellas–, recorrió las calles de Madrid. En un estrado levantado en la Plaza de la Independencia, habló Rajoy y cerró la manifestación el Himno Nacional. Rajoy acudió sin Arriola, defendió el fundamental derecho a vivir de los más indefensos y se mostró consecuente con los valores y principios que en aquellos tiempos defendía.
Una manifestación bien organizada requiere de un gran esfuerzo. La del pasado domingo en Madrid constituyó un éxito rotundo. En defensa de la vida y protección de la mujer. Ninguno de los asistentes se habría figurado que aquel defensor da la vida de años atrás despedido entre aclamaciones, fuera el protagonista negativo de la gran reunión del sábado. Todo, por dejarse influir con fines electorales por un individuo cuyos valores y principios se resumen en su facturación al Partido Popular por los malos servicios prestados.
Benigno Blanco es un hombre serio, coherente y trabajador. Todo resultó perfecto hasta que se llegó a la plaza de Colón. La intervención de Benigno Blanco, como él, fue seria y coherente. Advirtió que de no presentar la reforma de la Ley Aído de Gallardón, retirada por Rajoy ante la sorpresa general, los defensores de la vida de los no nacidos se reunirán de nuevo en marzo, poco antes de las elecciones municipales y autonómicas. Y cuando las palabras del máximo responsable de la organización parecían clausurar la manifestación exitosa, llegaron las cancioncillas, el baile del trenecito y demás chorradas propias de la ñoñería. Se terminaba de recordar a los presentes que más de cien mil seres humanos son abortados cada año en España. Cien mil no nacidos muertos. Suficientes, creo yo, para que el final de la manifestación que exigía sus derechos a nacer y a vivir no se convirtiera en una pantomima absurda. Aquello no era un espectáculo, sino una manifestación apoyada por el dolor y la tristeza. Y la traca final, al menos para mi ánimo, resultó devastadora y ridícula. Las manifestaciones que se congregan para exigir un cambio –en el caso del Gobierno del PP, más que un cambio, el cumplimiento de una promesa electoral–, se inician y finalizan con la emoción de la seriedad. No era una fiesta de fin de curso en el colegio. Se trataba de recordar a quienes nos gobiernan que han incumplido con su palabra y que han calculado mal la reacción de sus votantes. No fueron 1.400.000 los manifestantes, pero tampoco los 60.000 que calculó la Policía Municipal, cuya jefa la Alcaldesa de Madrid, acudió a manifestarse por coherencia. No obstante, 250.000 ó 300.000 votos estaban ahí para decirle a Rajoy y al PP que los habían perdido. Y volverán a recordárselo en marzo, si no hay reacción por parte del Gobierno.
Pero en marzo, don Benigno, por favor, sin cancioncillas, trenecitos y chorradas ñoñas al término de la manifestación. Es más serio y hondo lo que se pide.
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