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Candelas

La Razón
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No hay sueño pequeño como no hay hazaña pequeña. La idea de dos niñas de 9 años de trenzar pulseras de hilos de colores y venderlas para ayudar a su amiga con leucemia, se ha convertido en toda una proeza. Cuentan que han hecho 18 millones de nudos a lo largo de más de 600 kilómetros de hilos hasta confeccionar 274.000 pulseras, vendiendo cada una de ellas a 3 y 5 euros durante 3 años. Pero la cifra más redonda es el millón de euros que han logrado con la venta de estas pulseras que atan a la vida y que ha sido donado a la investigación del cáncer infantil. Todo empezó cuando una voluntaria del hospital Sant Joan de Déu de Barcelona decidió enseñar a Candela, una niña enferma de cáncer, cómo hacer una pulsera de hilos para que la cría estuviera entretenida durante la sesión de quimioterapia. Pero, lejos de ser un simple pasatiempo, se convirtió en una pasión en las manos de Candela, que decidió seguir con la cadena y enseñárselo a sus amigas Daniela y Mariona. Así nacieron las Candelas. Daniela y Mariona empezaron vendiéndolas a amigos, vecinos, familiares, profesionales médicos y pacientes, pero terminaron en las muñecas de todos. Una idea que parecía pequeña pero que se hizo mayor gracias a la pasión. El escritor argentino Ricardo Piglia, fallecido hace unos días, nos instaba a no desapasionarnos «porque la pasión es el único vínculo que tenemos con la realidad». Las tres amigas compartieron una misma pasión que lograron contagiar a cientos de miles que compraron sus pulseras. Al principio se reían de ellas pero, como siempre en la vida, lo importante es ver quién ríe al final. Hoy ríen ellas y es una risa contagiosa. No es para menos: un millón para investigar el cáncer infantil en un hospital cuyo presupuesto anual para este fin es de 2 millones. Los adultos responsables de encontrar financiación para la investigación de estas enfermedades deberían sentirse avergonzados porque, no sólo son incapaces de conseguirlo, sino que anudan con recortes en vez que con ideas productivas nacidas de la ilusión. Esperemos que las niñas sigan teniéndolas cuando crezcan. Ahí puede empezar a gestarse el cambio.