Cristina López Schlichting
Caperucita
Desaparecer en el Camino de Santiago es desaparecer doblemente, porque el ser humano hace la ruta del apóstol para encontrarse y recuperarse. Cuántos amigos han regresado este verano de la ruta jacobea con la mirada clara, el gesto pacificado, la vida mejor resuelta. Llegamos a la Luna, enviamos naves a Marte, pero seguimos sin poder evitar que oculten el cadáver de Marta del Castillo sin dejar rastro. En el imaginario colectivo, la posibilidad de ser secuestrado o asesinado por alguien maligno ocupa uno de los primeros escalafones del terror. Los cuentos, que son el registro de la psique colectiva, repiten en todas las culturas las advertencias frente a ese peligro. Caperucita es el ejemplo europeo de la niña a la que se advierte y entrena frente a la posibilidad de ser «desaparecida» por el camino oscuro. Leer el cuento o escucharlo es la forma de heredar una advertencia sobre la posibilidad de toparse a solas, en un bosque, en un sendero, con el mentiroso o criminal dispuesto a desviarnos de nuestro camino y, al fin, devorarnos. Da igual que avancemos técnicamente, que la cultura digital nos modifique el entorno por completo: Caperucita sólo cambiará de soporte, porque la vida permanece anclada en un eje moral ancestral e indomeñable. Siempre, antes, ahora, después, el mal abre un extraño itinerario por los corazones y continúa seduciendo. No sabemos si la muchacha americana-asiática se accidentó –improbable–o si alguien la secuestró o, en el peor de los escenarios, la asesinó y ocultó, pero resulta pavoroso ver a cientos de policías recorrer montes y vaguadas sin resultado. Hasta que no haya rastro de la ciudadana americana desaparecida en Astorga todos participamos de cierta orfandad de miedo, del horror de esfumarnos sin dejar rastro.
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