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Carnaval

La Razón
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En este carnaval político las cosas no son como parecen, o mejor dicho, las cosas no son como algunos quieren que parezcan. Ya han pasado más de cien días desde la constitución de los nuevos ayuntamientos, donde pudimos oír pintorescos y variados juramentos y promesas, aunque no fue eso lo que más llamó la atención. Fue la representación escénica de los que siempre han dado muchísimo más valor a los votos que ellos reciben, que a los que tienen los demás; siempre valen más los suyos, aunque sean menos. Esta forma de «contar» los votos tiene diferentes denominaciones y supone también un indudable peligro para la democracia, como la historia ha puesto de manifiesto en demasiadas ocasiones.

En estos casos se suele adornar el asunto dando una imagen en la que parezca todo muy alegre, divertido y hasta bucólico, como vimos. No así en las investiduras de alcaldes de partidos rivales, donde se preparan otros escenarios para que todo sea más tenso y desagradable, como hemos vivido. Valgan algunos ejemplos: júbilo en Zaragoza, Cádiz o Valencia con ceremonias gozosas, porque para ellos sólo las suyas son festivas. Como cantaba Serrat: «Vamos subiendo la cuesta que arriba mi calle se vistió de fiesta».

Sé que ante tanto jolgorio no es importante, y quizá sea hasta de mal gusto, recordar que ninguno de los de la algarabía desbordada llegó al 30 % de los sufragios. Tampoco que no fueran los más votados, lo fue el PP en las tres ciudades citadas. Pero qué importa eso cuando para ellos sus votantes son los únicos legítimos electores y, además, ahí estaba el PSOE, en su sitio, en el que ahora ocupa, lejos de la moderación, la estabilidad y el centro, apoyando a los que, un cuarto de hora antes, les llamaban con desprecio «la casta».

Y colgaron de un cordel de esquina a esquina un cartel y banderas de papel verdes, rojas y amarillas.

En la capital de España, la actual alcaldesa fue de las dos más votadas, la segunda, medalla de plata con un 31,2 %. La que más respaldo tuvo de los madrileños fue Esperanza Aguirre encabezando la lista del PP, pero eso no impidió que se eligiera alcaldesa a la señora Carmena en una toma de posesión «idílica». Fue posible porque contaron con los que, en palabras de Pedro Sánchez, nunca apoyarían al populismo, con el PSOE. ¡Ay, Antonio Miguel Carmona, cuánta paz y cuánto amor! Y cómo les aplaudía el «verdadero pueblo». Que poético todo, ¿o no todo? A los concejales del PP poca poesía, más bien insultos y amenazas, y a los de Ciudadanos también, por supuesto. Cómo se le ocurre a Begoña Villacís y a su grupo ejercer su libertad y no votar a quienes ellos deciden que deben acaudillar al pueblo.

En 2011 vivimos el «respeto» a la democracia que tienen los festivos políticos cuando no ganan, –en Sevilla lo comprobaron Rajoy y Arenas–. En Madrid, el Ayuntamiento fue cercado y rodeado mientras se elegía al alcalde. La Policía acordonó el edificio. Al finalizar, los concejales del PP y del PSOE tuvimos que salir en coche por una puerta trasera y protegidos. Los intolerantes decidieron que aquella investidura no fuera festiva.

Sé que no es importante, y quizá sea hasta de mal gusto,recordar que el PP tuvo en Madrid el 49,6% de los votos y el PSOE el 23,9. Los insultados concejales del «bipartidismo» habíamos sido elegidos por más del 73% de los ciudadanos y quizá por ese resultado «tan escaso» nos gritaban «que no nos representan». Algunos, como el partido que ahora va disfrazado, se han decantado por los alegres populistas que les increpaban, y prefieren a los políticos que no ganan las elecciones y que desprecian a los votantes de los demás.

Hace menos de una semana, en otro ejercicio de «sensatez y sinceridad», el PSOE y el partido independentista Convergència han sido capaces de reprobarse con dureza –estamos en campaña– aparentando que son dos partidos distantes y enfrentados, y ese mismo día, sin inmutarse, ir juntos y unidos en la misma candidatura para el gobierno de la Federación Española de Municipios y Provincias.

El domingo, los catalanes tienen la oportunidad, votando al PP, de hacer más fuerte a Cataluña y al resto de España, y dejar al descubierto a los que van con máscara y embozo, engañando y defraudando a la gente en este carnaval de la impostura.