Martín Prieto
Carnavales
El socialista Lionel Brizola gobernaba Río de Janeiro cuando recibió a los Reyes en viaje oficial. Les subió al Corcovado, el Cristo que extiende sus brazos sobre la miseria favelística de la vieja Capital, desplazada por Brasilia, en una demostración de que carecía de fondos para agasajarles. Espontáneamente se movilizaron los cariocas y Chico Recarey, el gallego dueño de la noche, ofreció inaugurar su lujoso restaurante «Asa Branca» con una cena de gala a la que asistió lo más florido del hampa local. A los postres la orquestina atacó música bailable y un caballero, a cuyo aspecto sólo faltaba un chirlo en la mejilla, se propuso cordialmente sacar a la Reina a la pista ante nuestros horrorizados escoltas. La Reina sonrió ante el equívoco protocolar. La Filarmónica capitalina ofreció un concierto, y las Escolas do Samba volver a sacar el Carnaval. Doña Sofía, como se puede suponer, prefería lo primero, y el Rey, para contento de todos, optó por su colega el Rey Momo. Improvisaron una grada de respeto con andamiaje (aún no se había construido el detestable «Sambódromo») y se cerraron las contraplayas de Leme, Copacabana, Arpoador, Ipanema, hasta la Barra de Tijuca, en una noche improvisada en la que llovieron endorfinas. Tal como los musulmanes han de peregrinar una vez en la vida a La Meca (o intentarlo) los cristianos deberíamos hacerlo a los Carnavales de Río de enero. Mal que le pese al Vaticano el Carnaval precede a los lutos de Doña Cuaresma, y el sincretismo afro-brasilero, el que existan tantas Iglesias como terrenos de Macumba, provoca una poderosa religiosidad. Iemanjá, la Diosa azul que emerge de las aguas es la Virgen María, y los muslos prietos de las mulatas grapan la Contrarreforma con el paganismo. En San Salvador de Bahía de Todos los Santos, en los altos del Pelourinho, los funebreros sacan sus ataúdes a las calles para que compares los forrados antes de virar los ojos a las cimbreantes afroamericanas, comprobando que el racismo es falta de cociente intelectual. La caricatura pobretona en Madrid y Cádiz es carnavalesca, una bufonada con pretensiones de política socializante y popular, tal como el pequeño carnaval de las negociaciones de don Pedro Sánchez. Le pregunté una vez a Felipe González por qué no abría de una vez el espacio radioeléctrico a las televisiones privadas. Contestó: «A tus amigos que las quieren les meteré en una habitación y la abriré para ir sacando los cadáveres». Hoy toda España es carnaval.
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