César Vidal

Cataluz, andalán, español

Acababa de establecerme al otro lado del Atlántico cuando descubrí apenado que no disponía en mi biblioteca americana de un solo ejemplar de las «Cartas de España» de José Blanco White. A los acostumbrados a vivir con una biblioteca alrededor, no encontrar de pronto un libro necesario nos causa si no desazón, al menos, estupor. Tras ciertas gestiones acabé consiguiendo una copia del texto citado. Lo había editado casi una década atrás una fundación con sede en Sevilla. Se trataba de la Fundación José Manuel Lara. Pocas circunstancias habrán resultado más patéticas en la vida nacional durante las últimas décadas que la de ver a españoles emigrados desde su región de origen a Cataluña y sometidos, por mor del nacionalismo, a renegar de sus raíces abrazando unas tesis nacionalistas ahistóricas, extremas y, sobre todo, ridículas. No fue el caso de José Manuel Lara. A diferencia de tanto Pérez, Hernández y López empeñado en ser más catalán que Montserrat, José Manuel Lara sí había nacido en Cataluña y más concretamente, en Barcelona. Amaba a esa parte de España con toda el alma, pero semejante circunstancia no lo llevó nunca a renegar de sus orígenes ni a abrazar un nacionalismo charneguil. Mencionaba yo al principio de estas líneas a esa Fundación Lara que ha hecho mucho más que bastantes instancias oficiales –instancias que pagamos con nuestros impuestos– por impulsar la cultura andaluza. Podría añadir, sin ánimo de ser exhaustivos, otros ejemplos de ese amor por lo andaluz manifestado en premios como el Málaga de novela, el Fernando Lara de narrativa, el Domínguez Ortiz de biografía o el Manuel Alvar de estudios humanísticos. Ninguno de ellos lo he ganado, de manera que nadie podrá acusarme de hablar «pro domo sua». Todos ellos y muchos otros demuestran que Lara vivió sin tensiones la realidad presente de su catalanidad con las raíces de una Andalucía a la que amaba tanto como su padre. Precisamente por eso, podía señalar que una Cataluña independiente sería un disparate económico o que la mayoría de España estaba harta del nacionalismo catalán, pero, a la vez, también subrayar que no era nada desdeñable el porcentaje de esa misma región que se sentía irritado por las relaciones mantenidas con el poder central. En alguna ocasión, dijo que era cataluz o andalán. Buen juego de palabras para un español que no deseaba abdicar una parte de sí mismo en beneficio de la otra. A fin de cuentas, su corazón albergaba un lugar espacioso y entrañable para ambas.