El desafío independentista
Cena en Bruselas
Dice Arrimadas que la presidencia de la Generalitat no se decide en una cena en Bruselas, en referencia al encuentro de ayer de Puigdemont y Marta Rovira. Y dice con razón pero, a lo largo de nuestra vida democrática, hemos visto cómo decisiones incluso más trascendentes se hacían a escondidas y pactando algunas cuestiones que sólo el tiempo desveló. Pero cada día que pasa, la política catalana adquiere tintes más sombríos y personalistas.
Puigdemont va a forzar hasta donde pueda su candidatura a la presidencia de la Generalitat. Y aunque los letrados de la Cámara se muestren en contra, intentará ser investido porque no tiene ninguna otra posibilidad de futuro desde que huyó a Bruselas. Pero esta vez le ha salido un grano en el culo. Dicen en ERC que no van a modificar el reglamento de la Cámara catalana para que sea elegido vía plasma, y estando ausente del Parlament. Es verdad que la afirmación de ayer podría cambiar mañana: ya sabemos lo que duran las decisiones en la política catalana; pero en el independentismo empiezan a asomar gestos –el de Mas, el de Mundó, las dudas de ERC– que no entienden el empecinamiento de Puigdemont comparado con el sacrificio de otros, Junqueras incluido. Este argumento es muy razonable, especialmente a la vista del horizonte penal que muchos vislumbran cercano.
Y es que se puede pretender manejar un partido, y luego otro –me refiero al PDeCAT y JxC– como si fueran un cortijo, hacer y deshacer listas, consultar para luego hacer lo contrario, e incluso pretender imponer a otros partidos su estrategia; pero ese personalismo no es democrático. Y ni siquiera Mas ha podido soportarlo. Se podrán forzar el reglamento del Parlament; ignorar a la oposición; hacer caso omiso de las leyes e instituciones democráticas; pero llega un día en el que los jueces intervienen para frenar tanto desatino. No hablo de futuribles sino del presente que algunos quieren ignorar. De esa realidad a la que se refería Mas el día de su despedida, y es que no se puede gobernar sin tener mayoría, precisamente contra la mayoría que las urnas han mostrado. El resto es dictadura. O fanatismo. O las dos cosas.
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