Ángela Vallvey
Cine
EE UU se está convirtiendo en un país sorprendente. Tiene un presidente negro y, sin embargo, ser un honrado hombre negro hoy día en los USA, y atreverse a pasear por la calle supone correr el riesgo de perecer tiroteado (por la Policía, no por los malos como venía siendo habitual). No sabemos si, a estas alturas, queda vivo alguno de los 25 soldados de los Navy Seals que, en teoría, acabaron con la vida de Bin Laden hace cuatro años. La muerte del terrorista más buscado fue un asunto confuso del que la opinión pública no quedó muy bien enterada. Por no decir que no fue informada. El mundo no vio el cadáver, tan sólo los aspavientos de Hilary Clinton siguiendo en directo la operación, en lo que vino a ser el «reality show» más siniestro, incomprensible y dudoso del que habíamos tenido noticia nunca. Tampoco hubo cadáver. Se dieron pocas explicaciones, o ninguna. Pero, eso sí: se rodó una película en la que, supuestamente, se contaba con pelos y señales toda la acción. Es curioso, pero después de dicho filme — «La noche más oscura» (Zero Dark Thirty, de K. Bigelow, 2012), que costó 40 millones de dólares y ganó un Oscar—, el mundo se dio por satisfecho. Bastaron las imprecisas palabras de un políticamente correcto presidente negro y una buena peli propagandista rodada en la India (la mayoría ni siquiera sabemos distinguir la India de Pakistán), para que todos se conformaran con la versión de los hechos de Hollywood. La meca del cine sustituyó con total naturalidad a la diplomacia mundial. Todo se aclaró con una... ficción. El planeta entero, en general, no quiere saber qué está pasando en verdad, sino ver narrada cualquier alucinante mentira que cuenten los amos del universo en forma de imágenes impactantes. Y ya.
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