Ramón Tamames

Coches eléctricos

¿Se acuerdan ustedes de aquel hermoso poema de Antonio Machado, que empieza con versos tan evocadores como «Caballos, lindos pegasos, caballitos de madera...», refiriéndose a los sencillos carruseles en los que, en nuestra infancia ya lejana, cabalgábamos a lomos de un corcel por paisajes imaginarios?

También podemos recordar los «cochecitos de cuerda» que funcionaban con un resorte metálico, activado con una sencilla llave; lo cual les permitía moverse con alegría por calles imaginarias.

Y luego vinieron los cochecitos eléctricos, cada vez más sofisticados, a pilas, e incluso, en los últimos tiempos, teledirigidos con mandos a distancia.

Y lo que fueron juegos se convirtieron en ingenios útiles para el transporte. Y en ese sentido, y como dijo el escritor francés Alain-René Lesage (1668-1747), «los hechos son tozudos». Es decir, una serie de circunstancias acaban imponiendo soluciones en función de necesidades perentorias. Frase que se atribuye generalmente a Hegel, pero que el citado autor de tan singular novela picaresca ya había enunciado sabiamente mucho antes.

En definitiva, los automóviles eléctricos acabarán imponiéndose, aunque no sea con la rapidez que algunos pensaban. Porque de otra forma, las grandes ciudades tendrían su aire aún más envenenado que ahora. La limpia energía eléctrica sustituirá a los carburantes que tanto estaban y están contribuyendo al calentamiento global y al cambio climático; un tema al que nos referíamos, precisamente, en el anterior artículo de esta sección de «Planeta Tierra» titulado «El clima en Qatar».

Y la buena noticia es que uno de los principales problemas de los vehículos eléctricos está en vías de solucionarse. Con una gran aportación española de Endesa, que ha desarrollado, por primera vez en Europa, un sistema para la rápida carga de las baterías de los automóviles movidos por electrones y sin cables. ¡«Hallelujah», pues, porque se ha dado un paso más para contribuir a la pervivencia de nuestro planeta en su bello color azul!