Carlos Rodríguez Braun
Comercio libre
En el incierto mundo de la economía, hay dos verdades milenarias: los enemigos del comercio son los enemigos de la libertad, y la libertad es amiga del comercio. La larga historia del socialismo es una prueba convincente de la primera verdad. La libertad, en efecto, se funda en la propiedad privada, y de ella brotan los contratos voluntarios. El comercio consiste, precisamente, en la articulación de ambas instituciones. Todas las dictaduras que en el mundo han sido y serán las bloquean en mayor o menor medida. Cuando se trata de tiranías descarnadas, como las comunistas, su quebrantamiento es máximo, lo mismo (no por azar) que el de las libertades civiles, políticas, religiosas, etc. El despotismo más leve, o socialismo vegetariano, como el que preside en todo el mundo las llamadas democracias liberales, las limita en menor grado, pero las limita, recubriendo sus usurpaciones, también, con toda suerte de consignas antiliberales, derechos «sociales», justicia «social», etc. Cada vez que veamos la polisémica expresión «social» conviene traducirla correctamente por lo que realmente significa, es decir: «política», a saber, decisiones que el poder impone sobre la sociedad. Pero la segunda verdad no sólo es contrastable desde los tiempos más remotos, sino que a menudo se verifica en condiciones bastante hostiles. En efecto, la libertad es amiga del comercio, en el sentido obvio de que la protección y defensa de la propiedad privada y los contratos voluntarios desencadenan una serie de incentivos positivos al esfuerzo, la laboriosidad y la productividad, cuyo resultado es siempre la mayor prosperidad para el mayor número, parafraseando a Jeremías Bentham. Pero también es amiga del comercio en un sentido menos evidente. Para que los mencionados incentivos proporcionen sus efectos plausibles, no es necesario que el poder los respete puntillosamente. Muy a menudo basta con que en lugar de hostigarlos mucho, los hostigue poco. Pensemos en los trabajadores y empresarios chinos, por ejemplo, que se han puesto a comerciar y a generar riqueza no precisamente porque sus autoridades sean acrisoladamente liberales, sino porque su opresión pasó a ser algo menos dañina. Muchos otros países podrían engrosar la lista.
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