Restringido

Cómo hay que luchar contra el yihadismo

Ángel Tafala

El ataque terrorista en París de ayer está claramente dirigido contra la libertad de expresión –que materializada por nuestra prensa– es una de las características básicas de la actual civilización occidental. Aun no estando de acuerdo con la línea del semanario «Charlie Hebdo», esta salvajada es condenable sin matices. Cometida además en una de las naciones europeas que acoge en su seno uno de los mayores porcentajes de musulmanes, incorporándolos con normalidad a su administración y Fuerzas Armadas.

Francia es una de las naciones líderes en combatir al islamismo radical, especialmente en África. La mejor muestra de solidaridad con ellos será seguir apoyándolos, obviando en nuestro caso reticencias históricas.

Las doce víctimas –por ahora– de París son muchas pero no deberíamos olvidar que por cada muerto occidental hay cientos de musulmanes asesinados por esta intransigencia islamista que no contempla matices en su interpretación del islam. Es quizá, por lo tanto, la hora de la serenidad en nuestra respuesta a tanta barbarie.

Una de las simplezas que se oyen a menudo cuando surge el desconcierto ante un atentado islamista inesperado es que el problema no tiene solución militar. Cuando oigo esto siempre interpreto que lo que el político de turno quiere decir es que él no ha encontrado la idea de que sea realizable ideológica y financieramente –pero que desde luego requerirá el uso de la fuerza– para acabar de verdad con dicha amenaza. Dicen lo que –a su juicio– no se debe hacer, pero no oímos nada de lo que habría que acometer.

Vamos a probar suerte a la inversa: la batalla ideológica contra el yihadismo es fundamental y debería desarrollarse básicamente en el seno de los países islámicos. Hay que tratar de convencer a la mayoría de los musulmanes de que su religión puede evolucionar –como hizo el cristianismo en su día– hacia mayores cotas de tolerancia y compasión. Esta idea es absolutamente opuesta a la interpretación de la yihad o guerra santa, que intenta imponer el Estado Islámico, Al Qaeda y sus múltiples asociados y acólitos. En esta empresa, nuestros aliados naturales son las naciones musulmanas establecidas que tienen mucho más que perder que nosotros si es que esta batalla ideológica se llega a perder algún día. También es importante –aunque secundario– que los terroristas que operan dentro de los países occidentales no cuenten con la simpatía ni el apoyo de los sectores musulmanes locales. Pero la batalla ideológica esencial hay que darla en el Oriente Medio.

No creo que el atentado de París sea obra del Estados Islámico, que centra por ahora su capacidad operativa híbrida en Siria e Irak, y que carece de las estructuras de apoyo en Occidente necesarias para acometer atentados. Pudiera ser Al Qaeda, pues está tratando de recuperar un protagonismo perdido ante el Estado Islámico. Pero lo más probable, dada la entidad del ataque y la familiarización con el armamento portátil que tenían, es que sea obra de dos o tres «lobos solitarios» sin apoyo exterior.

Sea quien sea el grupo islamista radical que ha inspirado lo de París, nuestra respuesta debería ser afianzarnos en nuestras libertades, buscar que al menos sean respetadas por los musulmanes moderados, ayudar en la evolución de sus creencias, cortar sus fuentes de financiación y combatir con soldados y policías a los yihadistas radicales. Y todo ello con serenidad, recordando que los que más sufren son los musulmanes moderados.

Si la batalla ideológica falla hay otras alternativas pero serán peores para todos. Mejor ni mencionarlas por ahora.