Restringido

Con los marcianos

La Razón
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No se me pierdan, que esto no va de la película de Ridley Scott. Lo que quiero subrayar es que se refuerza más en mí la perturbadora idea de que buena parte de la población española ha sido abducida por los marcianos.

O quizá algo peor, a tenor de lo que opina un amplio sector del personal. Es como si la gente no supiera de dónde sale el dinero con el que se pagan carreteras, hospitales, pensiones o becas e ignorara que no se puede gastar eternamente más de lo que se produce.

El «mantra» es que todo está fatal y cierto es que suceden desgracias para echarse las manos a la cabeza, pero coincidirán conmigo en que las cosas son mucho mejores ahora de lo que lo han sido nunca en el planeta. Para darse cuenta, basta recordar cómo eran los meaderos de las gasolineras o las visitas al dentista, cuando todavía no sabíamos que era imposible sobrevivir sin teléfono móvil en el bolsillo.

El actual es el mejor momento de la historia y nosotros, como occidentales, estamos en el lugar ideal para disfrutarlo, pero puedes pasar el día pendiente de los informativos de radio o televisión sin escucharlo una vez. Abres los periódicos y lo que resalta no es la noticia de que Amancio Ortega financiará el tratamiento del cáncer en los hospitales gallegos o que el paro baja de los 5 millones en España, sino que se lo están llevando crudo los del 3% en Cataluña, que Carmena ha dado un palacete a los «okupas» pero alega impedimentos legales para pagar la factura a los vecinos a los que se les derrumbó el edificio en Madrid, o que miles de jóvenes claman al cielo exigiendo que el Gobierno Rajoy les dé empleo y piso.

Todo trufado con pronósticos electorales sombríos. Ni siquiera esa eventualidad me quita el sueño. A estas alturas, uno ha empezado de nuevo tantas veces, que está más que dispuesto a afrontar una más.

Lo que me estremece, revisando las cifras de la EPA, es enterarme de que de los 4,8 millones de desempleados, hay 2,9 que llevan más de un año en el paro y en su mayoría son personas de más de 40 años y con familia.

Los de la «generación ni-ni», esos chavales que ni estudian, ni trabajan, temen vivir peor que sus padres, están deprimidos y protestan mucho, me traen al fresco.

Uno echa la vista atrás, se acuerda del tiempo perdido haciendo el mamarracho en la Universidad, tratando de ligar con alguna despistada y llega a la conclusión de que «expectativas» tienen éstos las mismas que teníamos nosotros.