Ely del Valle
Condenados a discrepar
El pacto entre PP y Ciudadanos no está roto –a ninguno de los dos partidos le conviene romperlo– pero se tambalea. La bronca de hace dos días en el Congreso entre los líderes de ambas formaciones evidencia la grietas, y la fotografía a cuatro de Rivera con Iglesias, Hernando y Garzón, confirma que si el dique no ha reventado es porque el acuerdo que firmaron hace ocho meses no deja de ser un salvavidas al que ambos se aferran; el PP para poder seguir gobernando con una cierta la tranquilidad, y Ciudadanos para no quedar arrinconado y mantener su cuota de protagonismo. Sin embargo sólo han hecho falta poco más de cien días de gobierno para que surjan las discrepancias interpretativas de lo que no deja de ser un contrato que, visto lo visto, hace aguas gracias al berbiquí de las contradicciones. Al ciudadano de a pie no mirar con recelo a un presidente que remolonea a la hora de cumplir con lo firmado le cuesta casi tanto como no sospechar de un partido que cambia de ropaje según el clima del territorio. ¿Que Rajoy tiene razón cuando dice que, puestos a investigar, habría que hacerlo con la financiación de todos? Seguramente sí, pero su compromiso era apoyar una investigación del suyo. ¿Que Rivera está en su derecho a enfadarse porque Rajoy no cumple? Pues también, pero entonces que empiece por cumplir con su programa electoral en el que se recoge, por ejemplo, la derogación del régimen laboral de los trabajadores de la estiba a la que ahora se niega.
Lo normal entre firmantes de un pacto es que estas cosas se traten en privado antes de dar un espectáculo gratuito de cinismo. El problema es que, por encima de socios, PP y Ciudadanos son rivales que compiten por hacerse con los aplausos del mismo público electoralm y que por lo tanto estám condenados a discrepar. A algunos se nos olvida; a ellos, evidentemente, no.
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