Restringido

«Creo en la vida, creo en tí que no te conozco aún»

Por fin, una buena noticia, que debería alegrar a todos. Una inmensa multitud de toda edad y condición, llegada por todos los caminos, se manifestó ayer en el centro de Madrid en favor de la vida. «Por la vida, la mujer y la familia», anunciaban los globos amarillos que llenaron el cielo claro de la capital, tamizado por un leve celaje gris. Bien podían llevar también estos alegres globos de helio con grandes letras verdes aquellos versos de Luis Cernuda: «Creo en la vida, creo en tí que no te conozco aún». Porque de eso se trata, de defender la vida que viene, que crece misteriosamente en el vientre de la madre, de reafirmar la fe en el ser humano, empezando por la mujer. Parece mentira que los que se consideran progresistas miren con desdén a los que defienden en la calle el derecho fundamental de todo niño a nacer. ¿Cómo es posible que apuesten con pasión y un insultante fanatismo por el derecho al aborto? ¿Qué derecho es ese? ¿Cómo se puede degradar tanto la condición femenina? ¿A qué viene esa simpleza de despachar a los que no somos abortistas con el calificativo de conservadores o meapilas? El asunto es más serio y complejo que todo eso. En este punto la izquierda ha perdido los papeles y su condición ética. Algún día, cuando se eleve el nivel moral en el mundo, el aborto del ser humano más indefenso será considerado un crimen contra la humanidad. La vida humana deviene, es un constante devenir desde antes de nacer hasta la muerte. Ésta es su condición primera y, como dice Baudelaire, «el hombre que no acepta las condiciones de la vida vende su alma». En este caso, la afirmación afecta también de lleno al actual Gobierno. La retirada del proyecto de «ley Gallardón», quebrantando gravemente el contrato electoral con el que el Partido Popular ganó las elecciones, ha sido para muchos de los que se manifestaron ayer en la plaza de Colón y para millones que se quedaron en casa, como vender el alma al diablo. Parece claro que este ha resultado ser el incentivo principal de esta gran manifestación, que debería hacer reflexionar al presidente del Gobierno y a sus asesores áulicos. La retirada de la ley, sacrificando la razón ética por la razón electoral, conduce al descrédito moral y seguramente a la estrepitosa pérdida de las elecciones. Ha sido el mayor error de Rajoy, que eclipsa en gran manera su meritoria tarea de gobierno. No sé si será suficiente para arreglar el tremendo desgarro, el remiendo de la próxima ley de la familia. Habrá que esperar. Y a todo esto, ¿qué hace el Tribunal Constitucional? En este importante pleito, después de varios años esperando, ni está ni se le espera. Sigue mirando para otro lado, sin atreverse a unir de una vez la ley y la ética, que saque a cientos de miles de ciudadanos de la angustiosa zozobra. Todos deberían escuchar el clamor de la calle. Pero no hay que hacerse muchas ilusiones. Como dice Delibes, gran fustigador del abortismo lo mismo que Julián Marías, «el progreso comporta –inevitablemente, a lo que se ve– una minimización del hombre».