Ángela Vallvey
Creyentes
Un lastre histórico que padecemos es la fe. No la fe religiosa, aunque lo fuese también en algún momento, sino la fe en determinadas ideas. España, como parte fundamental de la espiritualidad monoteísta occidental, fue pasto del entusiasmo y el delirio ardoroso por éste o aquel ideal una vez que la religión se fue retirando (a la fuerza) del espacio político. Pero cuando la religiosidad se alejó del gobierno del Estado, obligada por la ley, dejó un hueco que se apresuraron a llenar otros creyentes. Fieles devotos, seguidores místicos de ilusiones gubernativas, de ítacas oficiales y administrativas, que soñaban con materializar aquí, en esta tierra. Cuando el cielo salió corriendo de la política, el suelo ocupó su sitio, con redoblada fuerza. El fanatismo de la religión desapareció para dejar paso al gubernativo. Todo es una cuestión de fe. España es un país de fe. Suele ocurrir en aquellos lugares donde las religiones monoteístas han dejado una profunda huella, no solo religiosa y cultural, sino también política, pues durante siglos la religión y la política fueron inseparables y manipularon el espacio público. España, en eso, podría estudiarse como modelo y prototipo. La antigua violencia física debida al delirio religioso ya se ha extinguido, por fortuna, pero ha dejado como rastro histórico otra violencia de intangible intensidad, que la suple con holgura. Se trata de una dureza en la palabra y en la acción que, aunque no deja sangre, la hiela. Una crueldad que no precisa del cadalso, pero dispone de igual intolerancia, rudeza, efusión intemperante. La pasión arrebatada por las ideas terrenales, el ansia alocada por el poder político, es lo que nos ha quedado después de siglos de barbarie religiosa. La rabia por demostrarle al otro, al enemigo, que estamos en posesión de la verdad y la razón, y merecemos el poder para imponerlas. Existe incluso la hazaña de privatizar la justicia y el Derecho, sin justa lid, enarbolándolos como bandera propia, exclusiva, frente al contrincante político. En España conviven distintas, y opuestas, potencias ideológicas, vanguardias de creyentes (cada uno en lo suyo), doctrinas muy potentes e indignadas, clientes expectantes, ejércitos metafísicos convencidos de que hay que aplastar ideológicamente al de enfrente. De manera incruenta, sí, pero también despiadada. Y, mientras estamos en ese proceso de liberación y aniquilación metafórica, forzosa, del contrario, vamos dejando nuestra propia casa como un solar arrasado, sin techo ni cimientos. (Cuánta pólvora gastada en salvas).
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