Ángela Vallvey
Crudo
El olor a gasolina es el peor ambientador para la atmósfera. Los combustibles fósiles son sucios, abrasadores, flamígeros... Es fácil darse cuenta de que tras ellos hay una gran variedad de inmundicias. No sólo medioambientales, sino también económicas, políticas, sociales, (in)morales... Vivimos bajo su tiranía. Y parece que llevásemos desde la primera Revolución Industrial escuchando la monserga propagandística de que en el mundo sólo hay petróleo «para 30 años más». Y pasan 30 años, 30 más, y otros 30... y ahí sigue, encendiendo, incendiando, al planeta. Ahora mismo, hay quien dice que existen reservas para otros 30 años (¿30 años...?, ¿de verdad...?). Los hidrocarburos son un latente surtidor de calor violento que llevaba millones de años escondido en las entrañas de la tierra hasta que el ser humano comenzó a encenderlo. Con ellos, se ha provocado el llamado Oscurecimiento Global («global dimming») una capa de contaminación fruto de la combustión de tales hidrocarburos que se ha convertido en una amenaza de la que en realidad los humanos, siempre con los ojos puestos en el suelo, y en el dinerito fiat, no son muy conscientes. El probado aumento de las temperaturas puede producir en un futuro, que a lo peor ya es casi presente, millones de refugiados oriundos de Asia y África, que huirán de una catástrofe agrícola sin precedentes. Pero el materialismo más zafio gobierna el planeta. Todo se mide según cuentas y balances, pérdidas y beneficios, pese a que hay muchas cosas que escapan a esa monetización ramplona a la que se pretende someter la vida entera. No todo es un problema económico, pero convertirlo todo en un problema económico puede terminar generando, entre otras cosas, graves problemas económicos. El precio estable del crudo tampoco ha conllevado la seguridad que se suponía. Además, el petróleo –mediante canales diversos, y no tan sofisticados como podríamos imaginar– ha financiado incluso buena parte de la ofensiva terrorista que hoy padecemos en muchos lugares del globo. Pero el miedo político, y el omnipresente pánico económico, nos hace vivir como si no hubiese un mañana, sin buscar soluciones, sin invertir en ingeniería y tecnología, en nuevas energías, fiándolo todo a los próximos 30 años de reservas de petróleo. Bailando en un abismo, con los ojos vendados, embriagados por un tubo de escape pestilente, sin darnos cuenta de que el mundo es en realidad un garaje cerrado y que nos estamos tragando todo el humo.
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