Rosetta Forner
Cuando lo cobre, me lo creeré
El que trabaja, y el que vende, quiere cobrar. Al igual que no se puede acceder al tren AVE sin billete, tampoco debería ser que farmacias, y cualquier proveedor, «vendan» su producto o servicio con la esperanza –que no promesa– de cobrar algún día. Esta práctica empobrece a las empresas y feudaliza a la sociedad. España ha sido –y lamentablemente es– una empresa muy mal gestionada, cuyas desastrosas consecuencias aún no han sido enmendadas –cuánto más se tarde, peor será–. No comprendo –admito que me falta información, aunque me sobra sentido común–, cómo puede el Gobierno actual fiarse de que autonomías, como, por ejemplo, Cataluña, no vayan irse por las ramas a la hora de reconocer sus responsabilidades y paguen lo que deben, o acepten que el Estado les detraiga el importe de la «factura» que en su nombre deberá abonar a esos proveedores que están deseando cobrar para recuperar su dinero y, de paso, dejar de ser pseudobancos –sin derecho a cobrar una comisión «por descubierto» por haber «prestado un dinero» que, en su caso, fue a la fuerza, sin posibilidad de réplica ni de pataleta–. Detrás de toda farmacia hay un empresario que necesita el dinero para poder pagar recibos de luz y agua, abonar las nóminas de sus empleados, y ganar algo de dinero con el que «organizar su vida propia». A este paso, si la Administración no salda su deuda, los veo haciendo como los chinos que trabajan, viven y duermen en su negocio. Moraleja: para este tipo de vida no hacía falta «ser europeos». La crisis no es la culpable, sino la prueba de que no se ha administrado bien el dinero de todos los españoles. El «morosear se va a acabar». Caso contrario, que les cesen por incompetentes. Cuando lo vea, me lo creeré.
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