Política

César Vidal

Cuba sí, yanquis no

Cuba sí, yanquis no
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Durante décadas, el enfrentamiento entre la dictadura castrista y EE UU fue visto, por unos, como la lucha entre David y Goliat y, por otros, como un episodio especialmente doloroso y prolongado de la Guerra Fría. Los tiempos han cambiado. Aunque muchos piensan que los problemas entre Cuba y EE UU comenzaron con la llegada de Fidel Castro al poder, lo cierto es que la relación entre ambas naciones nunca fue fácil. Quizá todo empezó cuando en virtud del Tratado de París de 1898, fruto de la victoria norteamericana sobre España, EE UU se negó a retirar sus tropas de la isla mientras no se aprobara un texto legal anejo a la Constitución cubana que recibiría el nombre de Enmienda Platt. Su nombre se debía al senador Orville H. Platt que, el 28 de febrero de 1898, propuso enmendar la ley de gastos militares incluyendo una cláusula en que se fijaban las relaciones entre la Cuba independiente y EE UU. El texto incluía condiciones como la exclusión de la isla de Pinos de la soberanía nacional cubana, la obligación del Gobierno cubano de arrendar carboneras o estaciones navales a EE UU, el permiso para que EE UU interviniera en la situación política y militar de Cuba, la restricción de las relaciones exteriores y la limitación de la deuda pública.

A decir verdad, con la excepción de la última imposición, las otras implicaban la conversión de Cuba en un protectorado de Estados Unidos. El 12 de junio de 1901, la convención constituyente la aprobó por 16 votos a favor y 11 en contra. En el curso de 1902 y 1903, el contenido de la enmienda fue desarrollado en distintos tratados, aunque hasta 1925 no se zanjó la cuestión de la isla de los Pinos reconocida finalmente como de soberanía cubana. El sometimiento a la política de Estados Unidos convirtió la existencia de la república cubana en una verdadera ficción. No se trató sólo de la existencia de dictaduras como las de Machado o Batista sino también de la sensación creciente de que la isla sólo era un apéndice económico de intereses que iban de compañías azucareras a la propia mafia. Esa circunstancia explica no poco el apoyo dispensado a Castro entre distintos sectores de la población. Para muchos, su sistema no era tan atractivo por socialista como por nacionalista y, muy especialmente, por su carácter antinorteamericano.

Que en una canción se pudieran juntar los gritos de «Cuba sí, yanquis no» y «Si Fidel es comunista que me apunten en la lista» constituye toda una radiografía de la dictadura que ha dominado la isla durante más de medio siglo. A decir verdad, si Cuba ha seguido atrayendo la atención del mundo ha sido porque Fidel no pudo ser asesinado como Trujillo; porque la isla no pudo ser invadida como la Guatemala de Arbenz y su Gobierno rechazó el desembarco de Bahía Cochinos y porque, a diferencia de lo sucedido en el este de Europa, el régimen comunista ha perdurado.

Ciertamente, los exiliados cubanos siguen creyendo en su mayoría en una política de bloqueo de la dictadura castrista, pero el declive de esa táctica se inició de manera irreversible cuando Juan Pablo II pisó la isla pidiendo que «Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba» y los discursos del Papa y de Castro fueron publicados en todo el continente con un amplio estudio de un cardenal llamado Bergoglio que, en la actualidad, es el sucesor del Pontífice polaco. Lo que ahora pueda hacer Obama con la excusa del funeral de Mandela ha sido sólo seguir esa estela.