Alfonso Ussía
Cuento de Navidad
La niña había sacado muy buenas notas, y sus padres le permitieron escribir una carta muy larga a los Reyes Magos. Era una niña bastante repipi, la única de su edad en toda España que se sabía de memoria la lista de los Reyes Godos. Hace muchos años, los niños y las niñas se sabían de memoria esa relación de reyes tan raros, pero en la actualidad ya no se estudia esa lección. Era una niña bastante repipi, y también un poco cochinilla. La carta a los Reyes Magos decía así: «Queridos Reyes Magos. Dejo a la elección de Vuestras Majestades todos los regalos, excepto uno. Como he sido buenísima y me sé de memoria la lista de los Reyes Godos, que fueron muchísimos más que vosotros, quiero un muñeco que haga mucho pis».
Amaneció el 6 de enero. Y en un rincón del salón, donde la niña había colocado su zapato, entre otros muchos regalos, estaba el bebé meón. La niña lo abrazó. «¡Mamá, Papá, los Reyes Magos me han traído el muñeco que hace mucho pis!». En la caja del muñeco había una probeta para llenarla de agua y dársela al muñeco por la boca. De tal modo, que al introducir el agua por la boca del muñeco, ésta fluía por sus interiores y desembocaba en el pitilín o fuchinguilla del mismo, lo cual producía en la niña una alegría incomensurable. Los padres sonreían felices mientras contemplaban a su niña abrazada al muñeco.
Y se procedió a dar agua al muñeco. La niña abrió la boca del bebé meón y calmó su presumible sed con una buena dosis de agua. Esperó un ratito y el muñeco no hacía pis. Otra dosis, y el meón no miccionaba. El padre tuvo una gran idea. «Me parece que este muñeco no hace pis porque no le gusta el agua corriente. Hay que darle agua mineral». «¡Qué listo eres Papá!». Pero tampoco con agua mineral funcionaba el conducto urinario del juguete. Probaron con whisky, y ahora sí. El muñeco mojó sus braguitas entre la algazara general de la familia. Se trataba de un muñeco meón alcohólico, borracho y nada ejemplar para ser regalado a una niña tan buena y estudiosa.
No obstante, algo seguía sin funcionar bien del todo. El muñeco hacía pis, pero más de la mitad del whisky ingerido se quedaba en su cuerpo. Y empezó a decir tonterías. Un muñeco que hace pis no puede decir tonterías, porque no está hecho para eso. De las tonterías pasó a las groserías, y cuando la niña le dio el decimoctavo whisky, el muñeco insultó a su madre: «Es usted horrorosa. Parece un pájaro».
Los días pasaron y el muñeco empeoraba. De carácter y de salud. Tan rosita cuando lo trajeron los Reyes, y ahora pálido, con la tez amarillenta, y un aliento que tiraba para atrás. A la madre, con toda lógica, se le atravesó el juguete y propuso deshacerse de él. Pero la niña lloró muchísimo. En diez días, siete cajas de botellas de whisky. Hasta que un día el muñeco no aceptó más whisky y se puso malo, malo de verdad.
Los padres llamaron al fabricante, y éste se desatendió del asunto. «Garantizamos que haga pis, pero no nos comprometemos a que nuestros muñecos se comporten correctamente. Uno de cada mil sale borracho, y les ha tocado a ustedes». Los padres estaban horrorizados. El muñeco, en un momento dado, le llamó «calzonazos» a él y «zorra desorejada» a ella. Pero la niña lo quería mucho y no se separaba de su bebé.
Aquella noche, el muñeco no soportó más y falleció. El médico no lo dudó. «Retención de orina y cirrosis hepática». Los padres se querellaron con los Reyes Magos, pero éstos habían partido ya hacia los orientes. La niña no volvió a ser lo que era. Esas cosas no se hacen. Cuidado con los muñecos que hacen pis.
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