Alfonso Ussía
Cuernos de oro
Francisco Reyero, nuestro Delegado –de LA RAZÓN–, en Andalucía, ha escrito un libro apasionante. Se titula y subtitula «Sinatra. Nunca volveré a ese maldito país». De igual modo podría haberse titulado: «Ava Gardner: Pues no vengas». Cuernos de oro, noches en «Chicote» y «Villa Rosa», barreras con Cabré y Miguel, el gran Miguel, Luis Miguel Dominguín, que la poseyó como Esther Williams definía el amor con Ava Gardner: «Es como la cerveza. No se puede poseer. Se disfruta al momento».
Santiago Amón, Paco Rabal y Fernando Sánchez Dragó componían el más inútil, cachondo y vividor tridente de la clandestinidad comunista en la España de Franco. Fueron expulsados del PCE porque se comieron y bebieron el escaso oro de Moscú que les llegaba. Además de la gastronomía, Santiago usó del dinero del PCE para apoderar, en unión del poeta palentino Benigno Alejandro Carriedo, estimable dadaísta, al torero también palentino Marcos de Celis. No salió bien el negocio, pero accedieron al mundillo taurino y al gozo de la tauromaquia, de cuyo arte Santiago fue poeta, espectador, seguidor, ensayista y «Bienvenidista» en armonía con Vicente Zabala Portolés, el inolvidable Vicentón.
Sánchez Dragó estaba aquella mañana ilocalizable, y el espía Amón se citó con el espía Rabal en el vestíbulo del «Castellana Hilton», hoy «Intercontinental Castellana». Allí habitaba «el animal más bello del mundo», y allí le ponía a Frank Sinatra los cuernos de oro. Paco Rabal era ya un reconocido actor y Santiago un genio amparado en el anonimato. Lo contaba. «De repente apareció. Se abrieron las puertas del ascensor y era ella. Paco Rabal me susurró: –Santiago, esto merece un aplauso–. Y aplaudimos entusiasmados, contagiando a todos los presentes que se unieron a la ovación a la mujer más guapa, más golfa y más borracha de cuantas ha dado la Historia de la Humanidad». Rodando «55 Días en Pekin», en los alrededores de Madrid, con Charlton Heston y David Niven, el productor Samuel Bronston se atrevió a chorrearla. «Señora Gardner, deje de tirarse a toreros y beber hasta la madrugada, y estudie mejor el guión». Dicen que Ava abandonó la torería camera por una noche, se acostó con Bronston, y éste no volvió a quejarse. Le compró a Antonio el bailarín «La bruja», una casa en La Moraleja que abandonó cuando España empezó a pesarle en el hígado graso.
Paco Reyero dibuja un retrato perfecto y culto de aquella España de la que Ava Gardner se enamoró y Sinatra aborreció con hondura. No fue la expulsión y las diferencias políticas las causantes de la enemistad de «La Voz» con España. Fueron los cuernos. Sinatra no concebía que hubiera sobre la faz de la tierra un hombre capaz de levantarle a Ava. Y fueron muchos los que le convencieron de que estaba absolutamente equivocado.
Mientras Sinatra movía millones de dólares y admiraciones, amores interesados y lujos inauditos, Ava Gardner, en un alarde de modestia, le ponía los cuernos con bailaores, cerilleros y toreros de oro y plata, que nada le ponía más que la entrega macha del pecho y la coquilla a los pitones del toro en la suerte de banderillas.
Ava Gardner fue, durante una larga temporada, una española acogida, un espectáculo permanente, un paisaje que se movía y una depredadora de hombres de muy complicada superación. Pero su gran amor fue Miguel, Luis Miguel, que con una mirada estremecía su débil resistencia. –Y eso que sólo chapurreábamos en la conversación, porque ni ella hablaba español ni yo, por aquel entonces, sabía decir ni «yes» en inglés–.
El ensayo de Francisco Reyero nos lleva a unos tiempos que hoy se recuerdan en blanco y negro. «Amo a España por la educación de los españoles». Hoy, nos habría despreciado.
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