Interior
Cuerpo de inseguridad
Cuando la policía cae bajo la férula partidaria y sus actuaciones se politizan al dejar de inspirarse en criterios profesionales y dar paso a los intereses de quienes ostentan el poder, pasa a ser un cuerpo de inseguridad. Algo de esto está pasando, al parecer, en Cataluña con los Mossos d’esquadra, según vemos en casos como el de los ocupas del Paseo de Gracia y del rectorado de la universidad de Lérida o en de la agresión a dos entusiastas de La Roja. En ellos la injerencia política es manifiesta, empezando por la alcaldesa de Barcelona, siguiendo por el rector del citado centro académico y acabando, de momento, en el consejero de Interior. Y las consecuencias son más que evidentes: desorden público, pisoteo de los derechos fundamentales, quiebra material y miedo en los ciudadanos que no comulgan con el nacionalismo. La eficacia policial se diluye y los delitos quedan impunes.
Estamos ante un «déjà vu», ante la repetición de una historia conocida que parecía olvidada pero que renace, como si nada se hubiera aprendido, en otro tiempo y en otro lugar. ¿Es que nadie recuerda lo que ocurrió con la Ertzaintza en los albores de nuestro siglo? La politización de este cuerpo de seguridad en apoyo del proyecto independentista que entonces encabezaba Ibarretxe y que se mezclaba con la presión de ETA, condujo a la inoperancia, a una demoledora ineficacia policial que facilitó las cosas a quienes, en aquel momento, ejercían diariamente la violencia desde las calles de Euskadi. El absentismo laboral en la policía vasca llegó a niveles que triplicaban los de cualquier otra actividad y uno de cada diez agentes tuvo problemas de salud mental. En el punto álgido de ese deterioro, uno de los dirigentes sindicales del cuerpo declaró: «Estamos desmoralizados, desmotivados, desanimados; nuestros mandos nos vigilan, nos coaccionan y espían nuestras acciones en la calle; se inventan mil medidas para que no seamos operativos; prefieren darle la razón al delincuente, sobre todo si es de Batasuna, que a nosotros».
Estas historias no son anónimas y acostumbran a tener nombre y apellidos. Quizás el caso paradigmático fuera, en la Ertzaintza, el de Iñaki Muneta quien, tras su meritoria labor en la comisaría de Getxo –por la que fue felicitado por los jóvenes de Jarrai–, acabó ocupando la jefatura de la división de Seguridad Ciudadana. Iñaki Ezquerra pintó de él un inquietante retrato –«si se piensa en Muneta, concluyó, no se pega ojo»– que, por otra parte, se corresponde con lo que de él escuchó un ertzaina cuando dijo «que había que ser comprensivos con los de la kale borroka porque, al fin y al cabo, también ellos trabajaban a su manera por el pueblo vasco».
La imagen de los munetas que, sin duda, ahora anidan en el mando de los Mossos no ha sido aún dibujada. Pero no habrá que esperar mucho porque estos procesos de politización policial son, por lo general, intensos y rápidos. Cuando la catástrofe esté servida, sin duda los conoceremos.
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