Alfonso Ussía
De andanada alta
A Su Majestad El Rey. Señor: A su bisabuela, la Reina Victoria Eugenia, no le gustaban los toros. Y su bisabuelo, Don Alfonso XIII, le hizo esta recomendación: «Ena, si no te gustan los toros, usa el abanico, pero vas a los toros». Su abuelo, Don Juan De Borbón, guardaba la ilusión de asistir a una corrida en Las Ventas o la Real Maestranza de Sevilla, con vuestra Majestad y su padre, Don Juan Carlos I. Don Juan, Señor, reinauguró el Palco Real de la Maestranza de Ronda en una goyesca, un palco que permaneció muchos años sin suelo porque sólo lo podían ocupar los Reyes. Y su abuela, Doña María de las Mercedes, fue una enamorada de la Fiesta, currista hasta las cachas, y a la que Curro Romero agradeció su lealtad con estas palabras. «Doña María es la mejor de todas. Nunca me ha visto torear bien y es currista hasta la exageración». Eran los dos piropos sevillanos que más le emocionaban. «Bética» y «Currista». Estuve, en Ronda en la última goyesca en vida de Antonio Ordóñez. José Tomás, que estuvo inmenso con un torito de Manolo Prado, no brindó ni un toro a Doña María. Y el apoderado de José Tomás, en el callejón, se quejaba. «Está muy mal influído. A Doña María hay que brindarle el toro por educación y gratitud. No por ser la Madre del Rey, sino por su ejemplo de aficionada». Su padre, Señor, Don Juan Carlos I es el Rey más querido en el mundo del toro, no sólo por aficionado, sino por su apuesta valiente de defender con su presencia la gran fiesta de la cultura y la tradición española, que es cultura mundial en todas las artes universales. Su madre, la Reina Sofía, no es aficionada. Y respeto su distancia con la tauromaquia por sobrados motivos de inadaptación a lo que la Fiesta significa. Su hermana, la Infanta Elena, la que descendía en soledad por la calle de Ortega y Gasset con la Bandera atada a su cintura rumbo a la Castellana para recibir a los campeones del mundo de fútbol, es más torera que Cagancho, El Gayo, Antonio Ordóñez y Antonio Bienvenida juntos. Y su otra hermana, la Infanta Cristina, que tiene todo el derecho a ser reivindicada en su lugar y sitio, no ha vuelto a los toros desde que se iniciaron sus problemas por el capricho –así se ha demostrado–, de un juez sediento de publicidad. Su Tía tatarabuela, la Chata, la Infanta Isabel, no faltaba a una corrida de Las Ventas, o de San Sebastián, o de Bilbao, y le recomiendo que lea el romance prodigioso que le escribió Rafael Duyos.
No soy oportuno, Señor, pero sí sincero. Mal me ha ido en la vida por la sinceridad, tan lejana a las costumbres cortesanas. El Rey de España, le gusten o no los toros, está obligado por sensibilidad y cultura a sentarse en la plaza. En el Palco Real, en una barrera, en un balconcillo, en un tendido alto o bajo o en una andanada. La Fiesta, la tauromaquia, la Cultura del arte en movimiento de España, que hoy se respeta tanto en Francia y en los países de nuestra Hispanoamérica, necesitan la presencia del Rey. Es posible que no le gusten los toros ni asuma la profundidad del arte bailado y acariciado ante la muerte. Tampoco creo, Señor, que sea de su gusto saludar en La Zarzuela a políticos que disfrutan acudiendo ante Su Majestad con la grosería pensada y sudorosa del desaliño. Esos malos tragos van con el cargo y la cortesía –la suya– institucional. El Rey, de cuando en cuando, como hace su padre, tiene que ir a los toros, porque del apoyo, la ayuda y la repercusión de su presencia en el Palco Real, en una barrera, un balconcillo, en un tendido alto o bajo o en una andanada, depende el futuro de nuestra Fiesta. Intuyo que a la Reina Leticia la Fiesta no le convence. Pero es la Reina, y está obligada – sí, Majestad, obligada–, a presidir con el Señor esta manifestación única de nuestra Cultura. Con posterioridad son libres de cenar en Malasaña con sus amigos. Pero antes que los amigos, está España, Señor, con la Fiesta amenazada por la demagogia, y no conciben el bien que harían ocupando en Las Ventas, como hace Su Padre el Rey Don Juan Carlos y su hermana, la Infanta Elena, el Palco Real de las Ventas, o una barrera, o una balconcillo, o un tendido alto o medio, o la gracia compartida con los aficionados que se sientan en una andanada. De sol o de sombra. Pero como Rey de España, tiene la obligación de apoyar a la Fiesta.
Con todo mi respeto, sabiendo de mi nueva inoportunidad y orgulloso de mi lealtad antipática, se lo ruego.
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