Alfonso Ussía

De andar por casa

La Razón
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Éste es un texto autonómico. La Generalidad de Cataluña, dominada por independentistas, no quiere ser confundida con el resto de España. Si en el resto de España se celebra el día de Navidad, en el nordeste de España, Cataluña, no se celebra nada. Hay algo de aldeanismo infantil, de provocación gratuita en todo esto. Una nueva impostura. Es cierto que Cataluña ha perdido intensidad en sus sentimientos cristianos y costumbres occidentales en beneficio del islam y la Edad Media. Pero no puede confundirse esa levedad con una derrota. Allí –hoy aquí–, le conceden importancia a extravagancias y toques de campanario rural. Se ha empobrecido el individualismo en beneficio del colectivo, es decir, se está arruinando la síntesis de ser europeo. Los catalanes no separatistas con diez apellidos de Cataluña asisten atónitos a la venganza de los charnegos fracasados. No es falso que en los duros años de la inmigración de trabajadores del sur y el oeste de España a Cataluña, floreció la distancia y un cierto racismo. Pero los hijos y los nietos de aquellos sufridores del desafecto, son los que hoy enarbolan las banderas del separatismo contra los sentimientos de millones de catalanes. El catalán atesora infinidad de virtudes y cualidades, pero entre ellas no destaca la valentía. Se deja llevar por los acontecimientos, y si es posible, renuncia a opinar. Ante la violencia conceptual del separatismo, el catalán que no comparte su odio a España, prefiere el silencio que el debate o el enfrentamiento verbal. Es bueno. No todos los pueblos son iguales. El catalán es modélico en el trabajo y el mercado. Herencia más fenicia que visigoda. Cataluña siempre ha sido una garantía de lo que se hace bien. Pero esa garantía se ha difuminado por el radicalismo de la aldea independentista. Hoy Cataluña es un conglomerado de contradicciones y silencios. Una tierra que no se entiende a sí misma, y en el caso de hacerlo, quienes explican las circunstancias para alcanzar el entendimiento, no son catalanes. Ha dicho el presidente del «Barça» que Messi es un catalán más. Es muy fácil crear una Cataluña falsa de catalanes que no existen. En estos predios de la sosegada Castilla, los catalanes de hoy, los más violentos separatistas, los menos dispuestos al razonamiento y la palabra, se apellidan Gabriel, Rufián y Fernández. No perdonan al resto de España que un día sus antecesores eligieran Cataluña para mejorar su vida y sus condiciones de trabajo, y soñar con la victoria del futuro. Lo que está claro, es que muchos charnegos triunfaron, y otros se quedaron en el intento. Y los nietos de los que quedaron intentándolo son los que hoy pretenden separar a Cataluña del resto de España, origen del fracaso de sus antecesores.

Los catalanes que se sienten españoles y los españoles que amamos y admiramos aquella Cataluña europea, abierta, intelectual, industrial y magnífica, estamos siendo insultados continuamente por quienes han renunciado al horizonte y se han reunido en la aldea. La gran ciudad que todos envidiábamos y admirábamos, Barcelona, es hoy una maravillosa urbe con corazón de pueblo. Y los catalanes siguen a lo suyo, pero siguen callados, atemorizados, amenazados por quienes han establecido el valor odio como divisa fundamental. Nada que sea España es admitido, aun sabiendo que Cataluña es España. Un lío morrocotudo, cuya única solución está en manos de los que odian y no quieren dejar de odiar y los que desde fuera de Cataluña creen que la desidia y la paciencia son eficaces. Mientras tanto, Cataluña hoy trabaja mientras el resto de España descansa y celebra, para descansar y celebrar cuando al resto de España le corresponda trabajar. De ahí que este texto sea para andar por casa, aunque la casa se vaya escapando por el horizonte empujada por los vientos del odio, la aldea, la cobardía y la improvisación.