Francisco Nieva

De cine (y II)

En mi anecdotario personal, cuenta por mucho «La prima Angélica», del genial y prolífico director Carlos Saura. No me arredraron los trabajos y dificultades de «Ana y los lobos» para aceptar de nuevo el cargo de dirigir artísticamente esta película, de las mejores de dicho director, responsable del reconocimiento de bicicletas que me despertaba en lo mejor del primer sueño a las cuatro de la madrugada. Confieso no poder resistir los madrugones que nos impone el cine. Durante el rodaje de «Ana y los lobos» me encontraba con Fernando Fernán Gómez –el lobo místico– deambulando por el vasto terreno de jaras en flor que rodeaba la casa de Maura.

- «Y tú ¿por qué no vienes a la cantina a comer con los compañeros?»

- «Prefiero comerme un bocadillo a solas, en este paisaje tan singular. Yo no debiera de estar aquí, haciendo de lobo feroz, sino escribiendo tranquilamente en mi casa. No hay nada que me gratifique más».

- «Pues lo mismo que yo, que tengo terminados ya varios textos dramáticos que no sé cómo colocar».

Los dos ignorábamos que, con el tiempo, seríamos también compañeros en la RAE.

Pero me precio de haber intervenido en la más fina y sorprendente producción en la filmografía de Saura. Lo más original y sorprendente del guión de «La prima Angélica» es que un adulto invoca sus recuerdos de «niño de la guerra», interpretando su papel de niño sin que lo sustituya un actor adolescente. Feliz y originalísimo recurso, nostálgico, melancólico, filosófico, que me recuerda al mejor Ingmar Bergman. José Luis López Vázquez está magistral, así como su compañera de reparto, Lina Canalejas.

En no pocas películas, en el montaje definitivo desaparecen muchas escenas, como aquella que se filmó en un gran cementerio de chatarra, cerca de Madrid, sobre «la monja crucificada» –Julieta Serrano–, de la cual terminé pintando un cuadro, que se ve poco en la película.

Y esto fue lo que le pasó a este pobre director artístico: En el trabajo de localización del escenario yo me perdía por aquel laberinto de chatarra, cuando escuché que el coche que nos trajo se ponía en marcha. – «¡Eh, chicos!» grité. – «¡Que estoy aquí, no os vayáis sin mí!»

Pero el coche partió y yo quedé perdido en aquel terreno de pesadilla, cuando ya se aproximaba la noche. Padecí un ataque de ansiedad, creyendo que habría de pasarla abandonado en aquel laberinto intimidante y medroso. - «¡Socorrooo, socorrooo, sáquenme de aquí!», me puse a gritar como un loco. Estaba viviendo en propia carne una escena de suspense y terror, invadido por un miedo cerval y presa del espanto, una angustia y un pánico de muerte, mientras avanzaba la noche, sin encontrar escape, sin poder salir a campo abierto. - «¡Socorro, socorro! ¿No hay nadie por ahí?», continué gritando a voz en cuello, en un estado de delirio, levantando las manos al cielo, que se iba oscureciendo cada vez más. Hasta que alguien apareció con una linterna, que era el vigilante nocturno. - «¿Qué hace usted aquí, gritando como un loco? - «Me he perdido en este laberintito. Llame usted por teléfono para que me vengan a recoger en un coche los mismos que me han dejado aquí. Voy a armarles una buena bronca, se van a acordar». - «Tranquilícese, está usted en un estado lamentable, parece usted fuera de sí. Tome usted un sorbo de coñac que yo le ofrezco, pobre señor».

Aquello fue lo peor que me pudo acaecer, por meterme en el cine con bien poca experiencia del medio. Ya había pasado por otro momento de angustia, haciendo detonar en mi decorado la bomba que explota en la película. Escena irrepetible, si fallaba. Yo había puesto una pequeña carga de dinamita en los cristales de caramelo que figuraban en las ventanas. Cualquiera sabe lo que podía pasar si el recurso aquel me fallaba, podía haber heridos de verdad y todo mi crédito de director se evaporaba. Yo mismo intervine, repartiendo polvo con un fuelle. Y felizmente me dio excelentes resultados. Como he podido ver de nuevo, la escena es impresionante. Al fin, me parece que todos los miedos figurados de «La prima Angélica» los padeció su director artístico en carne propia. Y no por eso ha decaído mi admiración por Saura y por aquellas dos de sus obras maestras, «Ana y los lobos» y «La prima Angélica».

Admirables son asimismo sus últimas películas coreográficas sobre el flamenco y el tango. La mejor filmografía española debe enorgullecerse de su larga presencia. Durante mi trabajo, yo le observaba de reojo, haciendo encuadres con los dedos, pensándolo todo en términos de cine. No cabe duda de que es un gran maestro que ha merecido bien su gloria. Yo te saludo, Carlos, desde aquí y te envío un grande y emocionado abrazo.