Paloma Pedrero
De espalda plateada
Harambe, un gorila macho de 17 años, está tan a gusto –si es posible que pueda estar a gusto en el foso de un zoológico– cuando un niño de cuatro años, por descuido de sus padres, cae a su morada. El gran mono, sorprendido, se acerca al pequeño y parece examinarle, después le agarra y le arrastra por el agua como jugando. Nada más ocurrió. Sí, ocurrió que el director del zoo decidió que acabaran con su vida. ¿Y los dardos anestésicos? He visto el vídeo muchas veces, he leído opiniones de especialistas y profanos. Yo soy de los últimos, no sé de primates, pero como el propio gorila, sé examinar y ver. Y ese pobre ser no tenía la menor voluntad de hacer daño a la criatura. Si así hubiera sido, desde el principio habría mostrado una actitud agresiva. Hubo otro caso muy parecido con un niño de 11 años. También cayó al foso de un gorila de espalda plateada, especie en peligro de extinción, por cierto, y quedó inconsciente. El gorila se acercó, lo acarició y, cuando los hombres bajaron a por el crío, se metió en su cueva sin mirar atrás. Una lección de humanidad, sin duda. Una decisión piadosa que no tuvieron las personas con Harambe. Creo que si el niño hubiese sido mi hijo hubiera suplicado hacer cualquier cosa. Pero, desde la distancia y en mis cabales, veo el vídeo y sólo siento compasión por el gorila derrotado. Porque me duele vivir en un mundo insensible con los animales. Un mundo en que se los encierra, maltrata y usa como monos de feria. Me duele no vivir en un mundo más animalizado.
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