Alfonso Ussía

De estreno

La Razón
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En los alrededores de la plaza de toros donostiarra de Illumbe se reunieron dos centenares de personas adversas a las corridas de toros. Llevaban «ikurriñas» y bananeras, muy nuevas, recién adquiridas, de estreno. Me figuro que las «ikurriñas» en homenaje al Rey que impulsó su legalización, porque en caso contrario sería complicado entender su presencia. La «ikurriña», cuya traducción es «banderita», la diseñó para el PNV Luis Arana Goiri, el hermano inteligente de Sabino. Se inspiró en la «Union Jack» británica, y cambió los azules de Escocia por los verdes de las montañas y los valles vascos. No fue inteligente el régimen franquista prohibiéndola. En Francia, que no tiene departamento vasco específico, ondeaba sin problemas junto a la bandera francesa. La «ikurriña», como todo lo que está prohibido y pertenece a los sentimientos, se convirtió en un mito. Adolfo Suárez, con el apoyo del Rey, la incluyó en el ámbito legal y hoy en día es una respetada bandera autonómica presente en las sedes de las más altas instituciones del Estado Español. De ahí mi modesta interpretación por su presencia en las puertas de la plaza. Agradecer al Rey su impulso para restablecer la normalidad. La «ikurriña», antes de ser la bandera de todos los vascos lo fue del PNV, y el PNV ha sido el partido que sensata e inteligentemente ha devuelto los toros a San Sebastián. Si acudieron los portadores de las «ikurriñas» en plan de protesta, se equivocaron de símbolo. El Rey que la legalizó acudió a la corrida y el partido político que ha recuperado los toros para San Sebastián fue el exclusivo propietario de la «ikurriña» durante muchos años. Los de las bananeras eran menos y las acababan de comprar en algún comercio del ramo.

El excepcional torero francés Sebastián Castella, triunfador absoluto de la Feria de San Isidro, ha dado en el clavo con su valiente opinión respecto a la prohibición de los toros en algunas ciudades españolas y el antitaurinismo violento de los grupos presumiblemente animalistas. «El problema es que está mal visto decirlo. Pero, o se acaba el tiempo de la vergüenza o se acabará el nuestro. Y primero cercenarán nuestra libertad, y después seguirán muchas otras». Porque de eso se trata. No de «toros sí» o «toros no», sino de «libertad sí» o «libertad no». Mensaje admirablemente resumido en el brindis del maestro Enrique Ponce al Rey Don Juan Carlos en San Sebastián. «Majestad, gracias por su presencia, porque estando aquí no sólo apoya el toreo, sino también la cultura, la democracia y la libertad. ¡Va por usted y por España!».

Es posible que necesite una revisión de mi capacidad auditiva, pero exceptuando algunos pitos sin fuerza ni importancia, cada vez que el Rey se levantaba para agradecer los brindis de los tres toreros del cartel, en la plaza de Illumbe se oía una gran ovación. Se oía y se veía, porque las cámaras no engañan y el público de los tendidos aplaudió sin prudencias ni cautelas. Y eso hay que agradecérselo también al Rey. Que en San Sebastián se aplauda con naturalidad a quien, además de un gran Rey es un apasionado defensor de la cultura, la democracia y la libertad en España.

Se equivocan los bananeros si pretenden establecer un falso enfrentamiento entre derechas e izquierdas, monárquicos y republicanos con la defensa o rechazo de las corridas de toros. Entre los toreros, los novilleros, los ganaderos y los aficionados sabios y entendidos o festivos y circunstanciales, hay muchos republicanos. José Tomás, sin ir más lejos. Joaquín Sabina y Caco Senante, por darle música a la farsa. Desde la cultura han escogido con libertad. La tarde de Illumbe tuvo de grandiosa lo que de anímicamente lluviosa la última corrida de toros allí celebrada, cuando accedieron al Ayuntamiento donostiarra los que sufren con la lidia del toro bravo y celebraron en su día las nucas destrozadas, los cuerpos sin vida y los miembros mutilados por las bombas en los años terribles de la ETA. San Sebastián estuvo de estreno. El Rey en Illumbe, con la Infanta Elena y los hijos de ésta. La plaza, de nuevo habitada por la libertad y la cultura. Y también de estreno, porque las acababan de comprar, los equivocados portadores de la «ikurriña», bandera legalizada por la Monarquía, y los menos numerosos expositores de las bananeras.

Disfruté mucho, y San Sebastián, que jamás se ha ido de ella, se abrazó aún más a mis recuerdos en mi alma.