Alfonso Merlos
De juez a justiciero
Es de los que barren para casa, de los que miran por uno mismo. Castro es de los que se aprovechan de circunstancias favorables, incluso hacen un uso egoísta («rayando y hasta desbordando la prevaricación», nos dice algún detractor) de las situaciones que le son propicias.
Bajo una piel de rinoceronte, que se convierte en una infranqueable coraza para alguien al que nada parece afectarle o sorprenderle, hay un juez que en sus círculos íntimos ha presumido en ocasiones muy concretas de ser más de izquierdas que cualquiera de quienes le rodeaban; y que en esos mismos ámbitos no ha ocultado su poco apego a la monarquía como sistema de gobierno de un Estado o como forma constitucional de vertebrarlo.
«Es tímido y al mismo tiempo ególatra». Un carácter enteramente infrecuente. Afable y discreto fuera del juzgado. «Es muy suyo». No es un Garzón que busca los focos y el impacto de los medios. Tampoco es amigo de las conferencias ni las entrevistas. Su protagonismo es otro. «Busca lo que quiere y no para hasta que lo encuentra». Si lo que escucha no coincide con lo que esperaba, traza entonces los pertinentes meandros para llegar hasta conclusiones en ocasiones preconcebidas. «Eso le resta talla profesional porque los suyos a veces se asemejan más a interrogatorios inquisitoriales que técnicos», aseguran fuentes jurídicas que conocen de largo al personaje, y que subrayan que ésa es su manera de hacerse notar.
«La imputación de la Infanta no la ha perseguido, incluso la ha frenado o aplazado, pero tampoco se la ha tenido que tragar», colige algún letrado que le conoce de años y de cerca; y que recuerda que los sindicatos siempre le han percibido como un progresista, alguien que era una garantía para las demandas de los trabajadores. ¿Sólo progresista?
No debe pasar desapercibido que Rubalcaba (con Joan Mesquida más abajo) le impusiera la Medalla al Mérito Policial al hombre que imputó a Jaume Matas. «Las perlas que dejó en algún auto contra el ex presidente balear no eran dignas de un magistrado, y las medidas cautelares fueron desproporcionadas», apuntan fuentes jurídicas. ¿Dónde quedó ahí la imparcialidad? Pero sobre todo, ¿cómo se puede condecorar a un juez por haber mostrado virtudes heroicas al servicio a las Fuerzas de Seguridad del Estado? ¿No son las FFSS las que están al servicio del juez?
«Es un hombre con los pies en el suelo. Ninguno es el caso de su vida», advierte algún letrado. En dirección contraria, la reflexión de otros es lapidaria: «No tiene clara la raya que separa al juez del justiciero. Es inteligente y paciente. Es consciente de que está poniendo en jaque a la Monarquía. Sabe que puede ser el gran héroe del republicanismo, y no le incomoda». ¿O sí?
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