Toni Bolaño
De la mayoría absoluta a la mayoría obsoleta
La frase que reza en el titular no es mía. La acuñó la noche electoral Rubén Amón, el ácido comentarista de «La Brújula» de Onda Cero. La clavó. La aventura secesionista de Artur Mas, que reclamaba una amplia mayoría para llevarla a cabo, acabó antes de empezar. Los ciudadanos tenían la palabra y contestaron al líder nacionalista con una bofetada con la mano vuelta. La mayoría absoluta ha acabado en mayoría obsoleta. Ahora el escenario es una Cataluña ingobernable.
Estamos acostumbrados a la Cataluña dominada por CiU. A sus mayorías absolutas e incluso relativas. Siempre había alguien dispuesto a dar apoyo al Gobierno nacionalista. Los socialistas a veces, casi siempre Esquerra Republicana y, en ocasiones, el Partido Popular. También, hemos vivido la Cataluña del Tripartito con su Dragon Khan particular. Para bien o para mal, el país era gobernable bajo el prisma de esa geometría variable que se movía en función de la situación política. Sin embargo, la Cataluña surgida de las urnas es bien diferente. Mas ha ganado las elecciones dándose de bruces con la realidad. Ha ganado pero está más solo que nunca.
La situación es tan complicada que Mas ha pedido tiempo y corresponsabilidad a los partidos políticos. Pide lo que no ha estado dispuesto a dar. CiU está noqueada y necesita asimilar unos resultados que nadie había podido augurar. Ninguna encuesta ha atinado. Ni de largo. Sin embargo, un fiasco demoscópico destaca por encima de todos. La encuesta del Centro de Estudios de Opinión -el CIS catalán- que otorgaba una holgada mayoría absoluta a los nacionalistas de Mas y hundía hasta su casi desaparición a los socialistas. Su director, Jordi Argelaguet, todavía no ha sido cesado. Quizás Mas no ha tenido tiempo de cesar a quién utilizó un centro público para propaganda del partido de gobierno.
De momento, Mas está intentando hacer guiños a diestra y siniestra. A la diestra lo tiene complicado porque el PP sólo está dispuesto a sentarse si Mas renuncia a sus maximalismos soberanistas. A siniestra mira hacía los republicanos que de momento se están dejando querer. No están dispuestos a ser verdugos en los recortes que Mas tiene que seguir aplicando si quiere continuar con el grifo abierto de Madrid.
El apoyo de los republicanos es toda una encrucijada. Si le apoyan malo. Si no lo hacen peor. Además, el líder de CiU no puede conformarse con la abstención de ERC. Necesita su voto afirmativo. El mundo económico catalán está de los nervios ante esa posibilidad. Los que hasta hace unos días -excepto Fomento del Trabajo- hacían encuestas de dudosa credibilidad para apoyar la cruzada de Mas ahora repudian la posibilidad de un frente nacionalista. Saben de sobra que eso les puede perjudicar. El recuerdo del tripartito está muy fresco.
Por eso, Mas quiere tomarse su tiempo y hace carantoñas a los socialistas. Los empresarios apuestan por la sociovergencia -al tiempo que hacían encuestas se burlaban del candidato Pere Navarro- como la solución a la ingobernabilidad. No parece que el PSC esté dispuesto. Todavía se acuerdan que hace dos años favorecieron la investidura de Mas. Llegaron a unos acuerdos que se incumplieron uno tras otro. Sólo algunos dirigentes socialistas valoran esta posibilidad. Piensan más en sus entornos -léase ayuntamiento- que en el partido. Pere Navarro dirá que no.
Así las cosas, Mas tiene un panorama sombrío. A la espera de lo que pase en su casa -Duran hablará tarde o temprano-, el presidente en funciones está cercado. Es consciente de haber fracasado, cuando no de haber hecho el ridículo. Los equilibrios se antojan complicados y no cabe descartar nada. Ni la dimisión de Mas ni la convocatoria de unas nuevas elecciones. Es lo que tiene conseguir una mayoría obsoleta.
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