Restringido
De raíz y sin contemplaciones
En su primer discurso de Navidad Felipe VI apeló a acabar con la corrupción «de raíz y sin contemplaciones» y exigió, de forma enérgica, ejemplaridad a los servidores públicos. No se refería sólo al caso de su hermana la Infanta –el problema es más amplio e importante–, pero todos los que lo han escuchado se han acordado del polémico auto del juez Castro. No necesitaba ser más explícito ni habría sido de recibo. El joven Rey ha estado bien: firme, claro y convincente. Ha hablado en un marco de sencillez y cercanía y ha conectado desde el primer momento con las inquietudes de la calle. En el problema de la corrupción, con el que ha arrancado su mensaje, ha dejado claro que no pueden existir tratos de favor. Ni existen. Esto quiere decir que, tras mucho tiempo mirando para otro lado, ha estallado, por fin, aquí, la burbuja de la corrupción y está funcionando como debe el Estado de Derecho. Por lo demás, con la abdicación y el relevo de la Corona, y con este discurso, se ha hecho un cortafuegos en torno a la institución, lo que no es asunto menor.
Ha dejado claro cuáles son los retos al comienzo de su reinado: regenerar la vida política, recuperar la confianza de los ciudadanos en las instituciones, garantizar el Estado de Bienestar y preservar la unidad de España desde la pluralidad, con especial atención a Cataluña. En esto no ha habido novedad. Ha sido un buen análisis de la situación y ha buscado el equilibrio entre posiciones contrapuestas, lo que es siempre arriesgado. Tenía que reconocer el desajuste: la mejoría de los datos macroeconómicos y la pujanza de nuestras grandes empresas y al mismo tiempo la angustia de muchas familias y el insoportable índice de desempleo. Ha querido ahuyentar el pesimismo y ha señalado la lucha contra el paro y la defensa del Estado de Bienestar como las grandes prioridades. La conclusión no podía ser más social: la economía debe estar al servicio de las personas. En este apartado no creo que pongan ninguna pega al nuevo Rey la izquierda y los sindicatos.
En cuanto a la cuestión catalana, otro de los puntos calientes del discurso, habrá interpretaciones para todos los gustos. En general, el tono ha sido, a mi parecer, el adecuado: una aproximación sincera y sentida al problema, un intento de tender puentes para el entendimiento. No podía ser de otra manera. Me imagino que entre la gente de la calle de Cataluña el mensaje habrá caído bien. La fuerza de la unión, el riesgo de la fractura emocional, todos nos necesitamos, nadie en la España de hoy es adversario de nadie, lo que nos hace grandes es la suma de las diferencias, los desencuentros no se resuelven con rupturas, etcétera. Toda una apelación al buen sentido y al diálogo. Todo, eso sí, dentro del espíritu constitucional. Aquí empiezan las sutiles diferencias interpretativas de un discurso medido hasta las comas. El Rey ha hecho una defensa cerrada de la Constitución del 78. En ningún momento ha mencionado expresamente la posibilidad de una reforma constitucional para solucionar ésa u otras cuestiones. Pero los partidarios de forzar la apertura de esta puerta ven una sugerencia del Monarca a favor de la reforma constitucional cuando ha pedido «poner al día y actualizar el funcionamiento de nuestra sociedad democrática», junto con su apelación a «los tiempos nuevos». A lo que Don Felipe parece que se opone con toda razón es a abrir un periodo constituyente, como proponen las inexpertas fuerzas políticas emergentes. «No partimos de cero», ha dicho. Más claro, agua.
Con esta reflexión compartida sobre los problemas de España y el futuro que nos espera, que no tiene por qué ser negro, sino todo lo contrario si acometemos de raíz y sin contemplaciones la regeneración de la vida pública, el joven Rey ha conseguido, me parece, afianzar la Corona y elevar, a pesar de las actuales dificultades, la confianza del pueblo. Que no es poco.
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