Toros

Alfonso Ussía

De rosa y odio

La Razón
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En la mañana del pasado jueves amanecieron pintarrajeados de rosa y odio los monumentos que rodean la plaza de toros de las Ventas del Espíritu Santo de Madrid. De rosa y odio compartieron sus despertares Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín, El Yiyo y Sir Alexander Fleming, entre otros . -¿Para cuándo un monumento a Antonio Ordóñez?-. Está claro que los profanadores de los monumentos artísticos son enemigos de la tauromaquia. Extraña más que lo sean del doctor Fleming, gracias al cual no sólo los toreros, sino una buena parte de los que pisamos la tierra, podemos ir a los toros, al teatro, al cine, al fútbol o quedarnos en casa. También en Sevilla los vándalos la tomaron años atrás con la estatua de Curro Romero que es lo mismo que tomarla contra Sevilla. Mucho me temo que los encargados de limpiar los monumentos salvajemente desnaturalizados serán los responsables de la Plaza de las Ventas, porque el Gobierno del Ayuntamiento de Madrid está en manos de los que aplauden la violencia antitaurina. Les recuerdo desde aquí, que esas cosas tan feas y acciones tan burdas no las recomiendan ni Bambi, ni el Rey León, ni el conejito Tambor ni la Abeja Maya, que son las cuatro referencias científicas de los animalistas españoles. Se podría añadir al Oso Yogui como quinto referente, pero no deseo abrir debates en el seno de Pacma.

Cualquier día, un lector decepcionado con don Ramón del Valle Inclán puede manchar de rosa y odio la estatua de Recoletos que recuerda al genial, colérico y magnífico don Ramón. O de rosa y odio a Goya frente al Museo del Prado. O de rosa y odio a la misma Diosa Cibeles, o a Neptuno, o a Cascorro, o a Daoiz y Velarde. En Madrid, donde se alzan monumentos escultóricos dedicados a ladrones y asesinos como Largo Caballero, los ciudadanos y vecinos normales y pacíficos, que son abrumadora mayoría, no lo han pintarrajeado de rosa y odio, entre otros motivos porque nada hay más inmerso en la deficiencia mental que desahogarse contra una estatua. Pero estos de Bambi, el Rey León, el conejito Tambor y la abeja Maya –insisto en no incluir al oso Yogui para no provocar la convocatoria de un Congreso Extraordinario de los militantes de Pacma–, no conciben el respeto hacia una de las manifestaciones culturales más arraigadas de España. La tauromaquia, que insisto es Cultura –con mayúscula– universal, arte en movimiento, pintura, escultura, música, dibujo, ópera, sinfonía, literatura y poesía. Esta gentuza ha pintarrajeado todo eso al agredir a unos monumentos de bronce que ni opinan, ni hablan, ni molestan, ni hieren y cuya ubicación en el entorno de Las Ventas es un derecho histórico. De rosa y odio a Fleming. Probablemente, los salvajes agresores han confundido a Fleming con don Livinio Stuyck, que fue el inventor de la Feria de San Isidro, aunque nada tuviera que ver con el hallazgo milagroso de la Penicilina.

Muchos de los que, amparados en la simpleza de la lucha contra el maltrato de los animales, ignoran que no hay animal sobre la tierra mejor tratado que un toro bravo. El toro bravo vive mimado, cuidado y siempre alimentado durante cuatro años en las espectaculares dehesas de España. Y ha nacido para ello, para vivir bien y morir en la plaza, porque de no existir la Fiesta, los toros bravos no tendrían ni la oportunidad de nacer. Muchos de los que se amparan en esa elementalidad buenista, forman parte de grupos sociales que protestan airadamente por la muerte de un lobo, y callan ante el asesinato de un ser humano inocente a manos de un terrorista de la ETA o de Al Qaeda. Siempre buscan y encuentran justificaciones políticas .Y ahí no hay arte. Sólo confusión, espanto, injusticia, dolor e incomprensión.

Acosan e insultan a los que van a los toros. Acosan e insultan a los que aman la Fiesta. Y pintan de rosa y odio los monumentos taurinos. No es necesario el Congreso Extraordinario. Basta y sobra que vuelvan a ver las películas de Bambi, el Rey León, y la Abeja Maya para que comprueben que sus referentes científicos no recomiendan la violencia contra cultura alguna. Y del oso Yogui, sinceramente, no deseo opinar para no herir susceptibilidades.