César Vidal

Dejadme los reglamentos

Se cuenta que cuando el régimen de la Restauración, cada vez más similar en tantas cuestiones al actual, iba dando sus boqueadas, el conde de Romanones, perro viejo de la política, comentó: «Que ellos hagan las leyes y a mí dejadme los reglamentos». Mediante semejante máxima venía a expresar una realidad no por extendida menos dolorosa, la de la relativa facilidad que existe desde ciertas alturas de la política para violar la Ley trasladándola por vericuetos retorcidos. El texto legal podía decir lo que quisiera y chocar con los intereses de quien fuera, pero el avispado aristócrata ya se ocuparía, por el camino de su desarrollo práctico, de reconducirlo en beneficio de los suyos. Semejante camino tortuoso ha sido también el seguido por el pujolismo durante décadas para subvertir el orden constitucional en Cataluña y, por añadidura, ya en los años ochenta, el PSOE, aliado con el nacionalismo, elevó un grado la escarnecedora burla al transmutar el principio de «que ellos hagan las leyes y a mí dejadme los reglamentos» por el de «diga la Ley lo que diga, los jueces los pongo yo». Gracias a la era ZP, esos jueces puestos declararon constitucionales secciones enteras de un más que inconstitucional estatuto de Cataluña o se permitieron saltarse la Constitución como si fuera un burladero para mantener el matrimonio entre personas del mismo sexo. Con todo y con eso, casi nadie cayó en la cuenta de que los jueces ya no sólo se nombran en España sino también en el extranjero. En 2006, los emisarios socialistas pactaban con la banda terrorista ETA una batería de acuerdos cuyos últimos extremos nunca han salido a la luz, pero que incluían, entre otras concesiones, la de un trato de favor para los etarras condenados. Basta contar los jueces de Estrasburgo y ver la identidad de cada uno de ellos para percatarse de que la «doctrina Parot» se ha venido abajo no tanto porque chocara con fundamentos jurídicos sólidos de defensa de derechos fundamentales sino porque, como en un juego de naipes con fulleros, algún juez estaba más que marcado. Más pronto que tarde, docenas de terroristas, pero también de asesinos, pederastas y violadores saldrán de la cárcel anticipadamente gracias a la salomónica decisión. Y es que el conde de Romanones podía ser un avezado cacique, pero, comparado con lo que se ha visto en España en las últimas décadas, resultaba un niño de pecho en lo que a pervertir el Derecho y la Justicia se refiere.