Martín Prieto

Del ágora a la televisión

Cada uno vota lo que quiere, pero no es un dislate suponer que la lista de Arias Cañete es la que fortalece a España en las instituciones europeas. A Valenciano la recibieron en andas en la sede socialista, pero nos dejó ayunos sobre su pensamiento ante la cohabitación de sus correligionarios con la demonizada Ángela Merkel o ante la tardía esquizofrenia del socialismo francés, que recorta más facturas sociales que señoras el presidente Hollande.

Cañete estuvo rotundo, no envarado o antipático contra su naturaleza. Sorprendió en un opositor que recurriera a tanto papel que tiene en la cabeza, y se equivocan sus asesores con la exhibición de gráficos o curvas que no le dan autoridad y distraen al espectador. A la tan halagada Valenciano no debieron advertirla nada porque recurrió a toda la gestualidad no verbal de la que debe abstenerse ante una cámara, aunque sea de fotos. Se dejó enfocar varias veces con los párpados bajados y la cabeza inclinada, lo que no debe hacerse ni para leer de soslayo. Varias veces se tocó la boca y otras tantas frunció los labios entre la frustración y el enojo, mientras su antagonista era una estatua. Se pactó (se pactaron demasiadas cosas) que no se interrumpiera al interviniente, pero Valenciano susurró constante y audiblemente su fastidio y Cañete hubo de exigirla respeto. La candidata del socialismo español solo se vino arriba sacando a colación un asunto extraeuropeo como un anteproyecto sobre el aborto, exhibiendo la radicalidad de que sólo las mujeres tienen derecho a decidir sobre este drama.

Si Valenciano no discursea sobre las mujeres (que según sus mítines son las que van a echar al presidente Rajoy) le da un vahído comunitario. Estas minucias agigantadas por los tubos de rayos catódicos están en el clásico «Cómo se vende un presidente», del periodista Joe McGuiniss, que estudió los cuatro primeros debates televisivos de la historia entre Kennedy y Nixon. La primera conclusión es que si las confrontaciones hubieran sido sólo radiadas, habría triunfado Richard Nixon. La segunda es que la televisión es una guarida de trucos y sólo ve lo que la gusta o desagrada en demasía: la invisible testosterona de Kennedy o la cerrada barba de tahúr de Nixon. Esto no es el ágora, pero los debates por televisión tienen 50 años y no son una norma política indeclinable. Arias Cañete y Valenciano funcionan mejor solos: el uno en la asamblea y la otra en su mitin. Es una pena no poderles votar a los dos porque la televisión mata al ágora.