Lucas Haurie

Del curricán al oleoducto

La más mínima objeción a Felipe González, ese gigante, puede ser interpretada como un gesto de complicidad a los liliputienses de la cosa pública que, en todo el arco político, están arrastrando por los lodazales menos decorosos la gran obra que él y sus coetáneos construyeron. Nada más lejos de la intención del firmante, aunque proceda señalar su papelón en el Consejo de Participación de Doñana, cuya presidencia abandonó ayer. Aunque el cuerpo le siga pidiendo marcha, el presidente cesante debe resignarse a su función decorativa –él mismo se definió como un jarrón chino– en organismos como el almonteño, tómbolas y rastrillos diversos. Pero Felipe, que sí renunció en 2000 a tutelar al PSOE, es tan amante de la buena vida que lo mismo se pone en nómina de Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, que hace lobby para que el amigo de Rodríguez Ibarra pueda construir un oleoducto. Ocupación que, por supuesto, es incompatible con toda figuración en Doñana: porque se ha escrito falta de tiempo pero en realidad se pronuncia relación pingüe con el sector energético, rama contaminante. Lejos quedaron aquellas idílicas travesías a bordo del Azor de sus primeros veraneos presidenciales, practicando la pesca al curricán con su cuñado Paco Palomino. Hoy le interesa mucho más el comercio petrolífero, lo que ha encabritado sobremanera a los ecologistas. La dimisión sigue siendo la forma más eficaz de terminar con las habladurías.