José María Marco
Democracia frailuna
Fue Menéndez Pelayo quien creó el concepto de democracia frailuna. Es esa forma de igualitarismo pesudocristiano, pero no del todo pseudocatólico, que en España ha tirado siempre para abajo, machacando incansablemente a cualquiera que intenta destacar. El propio Menéndez Pelayo la padeció, cuando a sus amigos neos e integristas no les gustaron las posiciones templadas del gran erudito, conservador a fuerza de liberal. Estamos ahora en un nuevo ataque colectivo de esta tendencia, adecuada para los tiempos que corren. Cuando se tiene la sensación que la democracia falla, los españoles siempre podemos recurrir a rancias recetas de utilidad comprobada: la regeneración y la democracia frailuna son de las más socorridas.
La primera nos lleva a convencernos que valemos más que nuestros políticos. La segunda –la democracia frailuna– nos invita a reconocernos unos a otros en la mediocridad, el sentido compartido del fracaso, el rencor inextinguible, imposible de apagar. Es lo que está pasando con el procesamiento de la infanta Cristina por el juez José Castro. Castro ha invertido casi cuatro años y miles de folios de sumario para deducir que la infanta es culpable por «colaboración silenciosa». Aunque no se trate de razonar por medio de analogías, no está de más preguntarse de qué delito no será capaz de acusarnos el juez Castro mediante esta nueva fórmula. ¿Estará el mismo juez libre de haber colaborado silenciosamente con alguna de las aberraciones y de las atrocidades que se cruzan de continuo en la vida común de cualquier ser humano?
Por otro lado, y esto es lo importante a efectos de salvaguardar la democracia frailuna, aquí no se trata de saber si la infanta es culpable o no. Se trata de procesar a la infanta para demostrar que la justicia acata y cumple los preceptos del frailunismo igualitario: nadie debe escapar al castigo que se merece quien destaca. Por eso mismo la infanta está juzgada de antemano, y si sale inocente los demócratas frailunos aullarán con más fuerza. Como ganan siempre, cuanto más alta la presa, mejor. ¿Una institución que ha presidido casi cuarenta años de progreso y libertad como no se veía en España desde hace siglos y que nos ha convertido en modelo para multitud de otros países? No es imaginable mejor víctima. Cuando la hayan cubierto de fango, y hayan contribuido a desprestigiarla y a deslegitimarla, es decir cuando estemos todos retozando en fango y porquería, entonces sacaremos la bandera tricolor para demostrar que antes que demócratas, éramos frailes. Y volverán a llamar al caudillo. Siempre es lo mismo.
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