Julián Redondo

Desbandadas

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El segundo tiempo del Madrid en San Sebastián y el del Atlético ante el Éibar fueron un completo desastre. Con todo a favor, el marcador en el caso del primero, y en del segundo, además, el factor campo, renunciaron al fútbol: el uno perdió y el otro ganó de chiripa. Mañana se enfrentan, pronóstico incierto.

Renuncia más frustrante aún, porque no tiene remedio, la del baloncesto. La derrota sigue pareciendo increíble 24 horas después, y como sucede a continuación de cualquier fracaso, se abre la veda para la caza de brujas. Que si el seleccionador no sirve, que si los jugadores estaban en Babia –como sucedió con la Roja en Brasil–, que si la abuela fuma.

Renuncias como éstas duelen más porque tanto estos chicos del baloncesto como los del fútbol han firmado algunas de las páginas más brillantes de la historia del deporte español. Y no hay que resignarse a perder así; los títulos acumulados son, mira por donde, los que invitan a pensar en renovarlos. Lo cual no es pecado de soberbia sino aprovechar el impulso del viento favorable.

La presunta abdicación competitiva, consecuencia del día malo, de la autocomplacencia y de la relajación que no asaltó a franceses, chilenos u holandeses, con ser algo lamentable no es peor que desertar de la selección por capricho. Contador no va al Mundial porque no se acopla al recorrido y no piensa trabajar para Valverde o Purito. Xavi y Xabi rehúsan jugar con España por una cuestión de edad, o de utilidad; Nadal no está hoy en Brasil para mantener a España en la cúspide de la Davis porque está lesionado; antaño, el calendario se lo impidió, como a Gasol. Ferrer, Feliciano, Robredo y Verdasco en esta ocasión han dimitido. Cuesta digerir que una selección sea tan molesta.